Page 72 - Libro Orgullo y Prejuicio
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pensamiento  a  otra  parte,  según  demostró  al  exclamar  repentinamente—:
      Recuerdo haberle oído decir en una ocasión que usted raramente perdonaba; que
      cuando había concebido un resentimiento, le era imposible aplacarlo. Supongo,
      por lo tanto, que será muy cauto en concebir resentimientos…
        —Efectivamente —contestó Darcy con voz firme.
        —¿Y no se deja cegar alguna vez por los prejuicios? —Espero que no.
        —Los  que  no  cambian  nunca  de  opinión  deben  cerciorarse  bien  antes  de
      juzgar.
        —¿Puedo preguntarle cuál es la intención de estas preguntas?
        —Conocer su carácter, sencillamente —dijo Elizabeth, tratando de encubrir
      su seriedad—. Estoy intentando descifrarlo.
        —¿Y a qué conclusiones ha llegado?
        —A ninguna —dijo meneando la cabeza—. He oído cosas tan diferentes de
      usted, que no consigo aclararme.
        —Reconozco —contestó él con gravedad— que las opiniones acerca de mí
      pueden  ser  muy  diversas;  y  desearía,  señorita  Bennet,  que  no  esbozase  mi
      carácter en este momento, porque tengo razones para temer que el resultado no
      reflejaría la verdad.
        —Pero si no lo hago ahora, puede que no tenga otra oportunidad.
        —De ningún modo desearía impedir cualquier satisfacción suya —repuso él
      fríamente.
        Elizabeth no habló más, y terminado el baile, se separaron en silencio, los dos
      insatisfechos,  aunque  en  distinto  grado,  pues  en  el  corazón  de  Darcy  había  un
      poderoso sentimiento de tolerancia hacia ella, lo que hizo que pronto la perdonara
      y concentrase toda su ira contra otro.
        No  hacía  mucho  que  se  habían  separado,  cuando  la  señorita  Bingley  se
      acercó a Elizabeth y con una expresión de amabilidad y desdén a la vez, le dijo:
        —Así que, señorita Eliza, está usted encantada con el señor Wickham. Me he
      enterado por su hermana que me ha hablado de él y me ha hecho mil preguntas.
      Me parece que ese joven se olvidó de contarle, entre muchas otras cosas, que es
      el hijo del viejo Wickham, el último administrador del señor Darcy. Déjeme que
      le  aconseje,  como  amiga,  que  no  se  fíe  demasiado  de  todo  lo  que  le  cuente,
      porque eso de que el señor Darcy le trató mal es completamente falso; por el
      contrario, siempre ha sido extraordinariamente amable con él, aunque George
      Wickham  se  ha  portado  con  el  señor  Darcy  de  la  manera  más  infame.  No
      conozco los pormenores, pero sé muy bien que el señor Darcy no es de ningún
      modo el culpable, que no puede soportar ni oír el nombre de George Wickham y
      que,  aunque  mi  hermano  consideró  que  no  podía  evitar  incluirlo  en  la  lista  de
      oficiales  invitados,  él  se  alegró  enormemente  de  ver  que  él  mismo  se  había
      apartado de su camino. El mero hecho de que haya venido aquí al campo es una
      verdadera  insolencia,  y  no  logro  entender  cómo  se  ha  atrevido  a  hacerlo.  La
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