Page 69 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO XVIII
Hasta que Elizabeth entró en el salón de Netherfield y buscó en vano entre el
grupo de casacas rojas allí reunidas a Wickham, no se le ocurrió pensar que
podía no hallarse entre los invitados. La certeza de encontrarlo le había hecho
olvidarse de lo que con razón la habría alarmado. Se había acicalado con más
esmero que de costumbre y estaba preparada con el espíritu muy alto para
conquistar todo lo que permaneciese indómito en su corazón, confiando que era
el mejor galardón que podría conseguir en el curso de la velada. Pero en un
instante le sobrevino la horrible sospecha de que Wickham podía haber sido
omitido de la lista de oficiales invitados de Bingley para complacer a Darcy. Ése
no era exactamente el caso. Su ausencia fue definitivamente confirmada por el
señor Denny, a quien Lydia se dirigió ansiosamente, y quien les contó que el
señor Wickham se había visto obligado a ir a la capital para resolver unos asuntos
el día antes y no había regresado todavía. Y con una sonrisa significativa añadió:
—No creo que esos asuntos le hubiesen retenido precisamente hoy, si no
hubiese querido evitar encontrarse aquí con cierto caballero.
Lydia no oyó estas palabras, pero Elizabeth sí; aunque su primera sospecha no
había sido cierta, Darcy era igualmente responsable de la ausencia de Wickham,
su antipatía hacia el primero se exasperó de tal modo que apenas pudo contestar
con cortesía a las amables preguntas que Darcy le hizo al acercarse a ella poco
después. Cualquier atención o tolerancia hacia Darcy significaba una injuria para
Wickham. Decidió no tener ninguna conversación con Darcy y se puso de un
humor que ni siquiera pudo disimular al hablar con Bingley, pues su ciega
parcialidad la irritaba.
Pero el mal humor no estaba hecho para Elizabeth, y a pesar de que
estropearon todos sus planes para la noche, se le pasó pronto. Después de contarle
sus penas a Charlotte Lucas, a quien hacía una semana que no veía, pronto se
encontró con ánimo para transigir con todas las rarezas de su primo y se dirigió a
él. Sin embargo, los dos primeros bailes le devolvieron la angustia, fueron como
una penitencia. El señor Collins, torpe y solemne, disculpándose en vez de
atender al compás, y perdiendo el paso sin darse cuenta, le daba toda la pena y la
vergüenza que una pareja desagradable puede dar en un par de bailes. Librarse
de él fue como alcanzar el éxtasis.
Después tuvo el alivio de bailar con un oficial con el que pudo hablar del
señor Wickham, enterándose de que todo el mundo le apreciaba. Al terminar este
baile, volvió con Charlotte Lucas, y estaban charlando, cuando de repente se dio
cuenta de que el señor Darcy se había acercado a ella y le estaba pidiendo el
próximo baile, la cogió tan de sorpresa que, sin saber qué hacía, aceptó. Darcy se
fue acto seguido y ella, que se había puesto muy nerviosa, se quedó allí deseando
recuperar la calma. Charlotte trató de consolarla.