Page 71 - Libro Orgullo y Prejuicio
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aunque reprochándose a sí misma su debilidad, prefirió no continuar. Al fin,
Darcy habló y de forma obligada dijo:
—El señor Wickham está dotado de tan gratos modales que ciertamente
puede hacer amigos con facilidad. Lo que es menos cierto, es que sea igualmente
capaz de conservarlos.
—Él ha tenido la desgracia de perder su amistad —dijo Elizabeth
enfáticamente—, de tal forma que sufrirá por ello toda su vida.
Darcy no contestó y se notó que estaba deseoso de cambiar de tema. En ese
momento sir William Lucas pasaba cerca de ellos al atravesar la pista de baile
con la intención de ir al otro extremo del salón y al ver al señor Darcy, se detuvo
y le hizo una reverencia con toda cortesía para felicitarle por su modo de bailar y
por su pareja.
—Estoy sumamente complacido, mi estimado señor tan excelente modo de
bailar no se ve con frecuencia. Es evidente que pertenece usted a los ambientes
más distinguidos. Permítame decirle, sin embargo, que su bella pareja en nada
desmerece de usted, y que espero volver a gozar de este placer, especialmente
cuando cierto acontecimiento muy deseado, querida Elizabeth (mirando a Jane y
a Bingley), tenga lugar. ¡Cuántas felicitaciones habrá entonces! Apelo al señor
Darcy. Pero no quiero interrumpirle, señor. Me agradecerá que no le prive más
de la cautivadora conversación de esta señorita cuyos hermosos ojos me están
también recriminando.
Darcy apenas escuchó esta última parte de su discurso, pero la alusión a su
amigo pareció impresionarle mucho, y con una grave expresión dirigió la mirada
hacia Bingley y Jane que bailaban juntos. No obstante, se sobrepuso en breve y,
volviéndose hacia Elizabeth, dijo:
—La interrupción de sir William me ha hecho olvidar de qué estábamos
hablando.
—Creo que no estábamos hablando. Sir William no podría haber interrumpido
a otra pareja en todo el salón que tuviesen menos que decirse el uno al otro. Ya
hemos probado con dos o tres temas sin éxito. No tengo ni idea de qué podemos
hablar ahora.
—¿Qué piensa de los libros? —le preguntó él sonriendo.
—¡Los libros! ¡Oh, no! Estoy segura de que no leemos nunca los mismos o,
por lo menos, no sacamos las mismas impresiones.
—Lamento que piense eso; pero si así fuera, de cualquier modo, no nos
faltaría tema. Podemos comprobar nuestras diversas opiniones.
—No, no puedo hablar de libros en un salón de baile. Tengo la cabeza
ocupada con otras cosas.
—En estos lugares no piensa nada más que en el presente, ¿verdad? —dijo él
con una mirada de duda.
—Sí, siempre —contestó ella sin saber lo que decía, pues se le había ido el