Page 58 - Necronomicon
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el conjunto estaba adornado por una serie muy confusa de letras (en alfabeto latino) y
                  números en un orden absolutamente aleatorio. Quedé totalmente desorientado sin saber qué
                  hacer   con   este   manuscrito   de   Dee   tan   particular,   el   cual   llevaba   el   título   de   Liber
                  Mysteriorum Sextus et Sanctus, el Sexto Libro de los Santos Misterios(2S). Las diversas
                  referencias al Liber Logaeth en las obras publicadas establecían que Dee empleó el libro a
                  modo de sistema de índice cruzado que le permitía formar otra serie de cuadrados mágicos
                  conocidos como las Tablillas Enoquianas. Si esto era así, ¿por qué esta complejidad? La
                  suma total de las letras de las Tablillas Enoquianas es sólo de 644, por lo que parecía
                  absurdo que fuese necesario un sistema cruzado con más de 240.000 letras solamente para
                  su   formación.   No,   debía   de   haber   otra   explicación.   El   mismo   Dee   dejó   muy   poca
                  información en su Sexto Libro Sagrado, aparte de decir que contenía "El Misterio de
                  nuestra Creación, la Edad de muchos años y el fin del Mundo"í30) y que la primera página
                  del libro representaba el caos.

                  Se me ocurrió que el conjunto podría haber sido en algún tipo de código o sistema cifrado
                  isabelino. Si era así, presentía que no había ninguna probabilidad de que yo fuese capaz de
                  desenmarañar algo de una complejidad tan extraordinaria sin la ayuda de un experto en
                  criptografía. Entonces recordé el éxito del Dr. Donald Laycock, un filólogo australiano que
                  había empleado un ordenador en un esfuerzo para probar la validez del lenguaje enoquiano
                  de Dee. Laycock después de una reunión para beber unas copas en el Club de las Artes
                  Teatrales de Londres, me había explicado, hace algunos años, la elevada concordancia que
                  había observado con su ordenador. Sin embargo, el problema presente era bastante distinto
                  al que fue resuelto por Laycock, porque ahora se trataba de un intento de descifrar un
                  código desconocido sin emplear ni un fragmento de información concreta como guía.

                  Comuniqué mi apuro en una carta que escribí a Colín Wilson, el cual me respondió
                  poniéndome en contacto con David Langford, un joven experto en ordenadores, el cual me
                  ofreció entusiásticamente su ayuda en el asunto. Pronto se puso en evidencia que David
                  Langford era la persona completamente idónea para la compleja labor que había que
                  desarrollar, no sólo porque tenía acceso a uno de los más sofisticados ordenadores que
                  había disponibles, sino también por sus considerables conocimientos sobre las técnicas
                  isabelinas de cifrado, ya que era investigador de la criptografía baconiana (de Bacon). En su
                  momento   le   transmití   una   copia   fotográfica   del   Liber   Logaeth   de   Dee   y   esperé
                  impacientemente los posibles resultados. Como David Langford ya trata adecuadamente en
                  este libro el laberinto del programa del descifrado, pasaré rápidamente al sorprendente y
                  totalmente inesperado resultado de este trabajo.


                  Durante   los   meses   en   que   las   páginas   del   misterioso   manuscrito   de   Dee   estuvieron
                  sometidas a un examen  metódico y cuidadoso, entre David Langford y yo se cruzó un
                  voluminoso   acopio   de   correspondencia,   y   los   trozos   de   cada   nueva   información   se
                  analizaron uno por uno como parte del inequívoco e increíble patrón que iba surgiendo
                  lentamente. Desde luego, el manuscrito se había escrito expresamente en clave, con una
                  clave de gran complejidad, y quienquiera que codificara originalmente el manuscrito, dio
                  unos increíbles rodeos para guardar el secreto de su contenido. Las razones para unas
                  precauciones tan elaboradas eran muy fáciles de adivinar, ya que el texto montado, aunque
                  algo inconexo y sin título, podía ser nada menos que un resumen de aquel Necronomicon





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