Page 15 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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químicos, no fue inmune a los encantos de aquella muchacha sobria y nada coqueta.
Así se lo relató a su amigo Thomas Jefferson Hogg en una carta: «En junio vine a
Londres para resolver algunos asuntos con Godwin, que me llevaron algún tiempo.
Por diversas circunstancias he tenido que residir casi de continuo en su casa. Aquí es
donde he conocido a su hija Mary. Con solo escuchar la modulación de los tonos de
su voz pude darme cuenta de la originalidad y dulzura de su carácter. El irresistible
encanto y la nobleza de sus emociones se transparentan en sus gestos y en sus
miradas. ¡Qué persuasiva y qué patética es su sonrisa! Es adorable, tierna, insensible
a la indignación o al odio. Su inteligencia es prodigiosa. Tiene la capacidad de
penetrar en la verdad de las cosas. Sus sentimientos son puros, y han sido
milagrosamente preservados de la corrupción de la vulgaridad o de la superstición
(…) Se ha encendido en mí la pasión de poseer aquel tesoro inestimable». El 26 de
junio Shelley se le declaró a Mary, junto a la tumba de su madre, en el cementerio de
St. Old Pancras Church, el mismo lugar donde los padres de la muchacha se casaron.
Shelley le regaló un ejemplar de su poema Queen Mab [La reina Mab [14] ], y ella
anotó días después en su diario: «Este libro es sagrado para mí, y nadie en el mundo
verá lo que he escrito en él mientras lo leía, ni podría leer asimismo lo que he de
escribir: que amo al autor de este libro con todas las fuerzas de mi corazón, y que soy
parte de él, como del único amor, porque el amor que nos hemos prometido, si no
llegase a ser suya, jamas sería de otra persona».
Percy Bysshe Shelley (1792-1822), aristócrata como Byron, era hijo de una
familia noble de Field Place, Sussex. Sus compañeros de la Universidad de Oxford le
llamaban «el loco Shelley» a causa de sus temerarios experimentos con la
electricidad. Thomas Jefferson Hogg, uno de sus más fieles amigos, explicaba:
«Procedió a enseñarme diferentes instrumentos, en especial un aparato eléctrico,
haciendo girar una manivela con rapidez, de manera que las chispas saltaban por
todas partes. Y, permaneciendo en un escabel con patas de cristal, me pidió que
hiciera funcionar la máquina hasta que el fluido pasara a su cuerpo, hasta el punto en
que los mechones de su pelo se pusieron de punta». Destacado agitador político y
antirreligioso del campus, en 1811 fue expulsado de Oxford por haber publicado un
manifiesto radical titulado The Necessity of Atheism [La necesidad del ateísmo]. Era
un lector voraz que, según Hogg, dedicaba cada día seis horas a la lectura, abarcando
todos los temas: los valores estéticos de la antigua Grecia, las virtudes de la república
romana, el humanismo renacentista, el libertarismo e igualistarismo de El Contrato
Social de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778). Su inquietud por la situación del
hombre en el Universo y sus doctrinas libertarias le llevaron a cartearse desde 1812
con William Godwin, a quien tenía por un ejemplo a seguir. Al principio, Godwin lo
acogió en su casa entusiasmado, feliz porque sus libros, sus teorías, en un momento
de clara decadencia personal, aún calaban en el pensamiento de los jóvenes
románticos. Pero, además, Godwin, cuya situación económica en esa época no era
muy holgada, vio en su joven discípulo una insospechada fuente de ingresos, ya que
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