Page 20 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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himno al amor sublime, el único que puede colmar el deseo del artista, el mismo que
le profesaba su futura esposa y al cual prestaba poca atención.
El suicidio de la hermanastra de Mary, Fanny Imlay, fruto de la breve relación de
la madre de ambas con el impetuoso militar norteamericano en tiempos de la
Revolución Francesa, turbó aún más si cabe la vida de la joven. Hallaron el cuerpo
sin vida de Fanny en una posada de Mackorther Arms, en Bristol, donde había
alquilado una habitación la noche anterior, con una botella de láudano en la mano. Y
en la mesilla de noche, una carta suplicando el olvido de una vida que solo sirvió para
traer pesar a los demás. Godwin, insensible a la tragedia, intentó silenciar el asunto
para evitar cualquier escándalo que le perjudicara a él y a su familia, llegando incluso
a culpabilizar a Mary del trágico suceso. «Desde el fatídico día de la fuga de Mary —
explicó Godwin a su amigo Thomas Baxter—, Fanny perdió la cabeza. Tenía que
permanecer con nosotros, porque era su deber, pero sus sentimientos estaban con
ellos». Por contra, Mary fue la única persona en la casa de Skinner Street que no
consideró jamás a Fanny como una intrusa, tal y como dejó constancia la misma
Fanny en una carta que guardó Mary hasta el fin de sus días: «No puedo sino
agradecerte tus muestras de compasión. Sin embargo, la compasión no sirve de nada,
aunque provenga de los mejores sentimientos».
Pero las desgracias nunca vienen solas, como dice un antiguo proverbio, y para
dar fe de su veracidad, Shelley, quien intentaba consolar a su afligida compañera,
sufrió en sus propias carnes el trauma de una muerte ajena. Thomas Hookham,
abogado del poeta, le envió una carta el 13 de diciembre de 1815 comunicándole el
suicido de Harriet. Se enteró por una crónica del periódico The Sun, que narraba el
hallazgo de una mujer embarazada ahogada en el Serpentine River. ¿Cuál fue el
motivo que impulsó a la mujer a quitarse la vida, asesinando de paso a su propio
hijo?, se preguntaba Mary. Sórdidos rumores decían que Harriet, expulsada del hogar
paterno por causas desconocidas, se había visto en la necesidad de vivir de la
prostitución. La mujer había alquilado un modesto apartamento en un barrio poco
recomendable de Londres, recibiendo las frecuentes visitas de un conocido militar y,
al verse abandonada por él, decidió quitarse la vida. Jamás se aclaró el misterio, a
pesar de que Shelley, en cierta ocasión, insinuó que todo era una conspiración de la
hermana de Harriet, Eliza. Los remordimientos se apoderaron del alma de Shelley:
¿cómo los Westbrook fueron tan mezquinos de no reclamar su cuerpo, hasta el punto
de que la corporación municipal tuvo que correr con los gastos del sepelio? Se
obsesionó en reconstruir los últimos instantes de la vida de Harriet, para poder
descargarse de cualquier culpa, todo ello agravado por la batalla legal por la custodia
de sus hijos con Harriet. Esto le provocó graves crisis nerviosas, tal y como relata
Thorton Hunt, hijo mayor de los amigos de Mary, el matrimonio Hunt: «De pronto,
arrojó el libro y cayó de espaldas, volcando su silla sobre él, comenzando a gritar
muy fuerte, y pataleando desesperado contra el suelo (…) Respiraba ansiosamente y
se llevaba las manos a la garganta, como si alguien estuviese apretándole». Ante tales
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