Page 18 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Estrasburgo, Mannheim, Mainz, Colonia, Rotterdam; y todo, según ellos, con unas
           treinta  libras  en  el  bolsillo.  Fue  un  viaje  peligroso,  que  los  jóvenes  aventureros
           hicieron con discreción, evitando riesgos, ya que en la Europa continental, devastada
           por  las  guerras  napoleónicas,  abundaban  los  bandidos,  los  cuales  se  dedicaban  a

           robar, matar y violar a cuantos incautos caían en sus manos, y tres viajeros ingleses
           de porte aristocrático, dos de ellos mujeres jóvenes, eran un suculento reclamo para
           cualquier desalmado. Las dificultades económicas también fueron grandes, pues en
           París Shelley tuvo que recurrir a un préstamo del banquero Tavernier —unas sesenta

           libras— para salir «de aquella cárcel» en que se transformó su estancia en la ciudad.
               De  regreso  a  Inglaterra,  los  ánimos  de  Godwin  y  Harriet  Westbrook  se  habían
           calmado, pero la pobreza hizo mella en Percy y Mary. Shelley contemplaba cómo su
           esposa  dilapidaba  su  patrimonio  mientras  que  él  y  Mary  debían  mudarse

           continuamente de alojamiento para evitar los acreedores. Encima, Shelley empezó a
           sentirse atraído por Claire, insensible a la desesperación de Mary. Tal vez por ello,
           Shelley incitó a su íntimo amigo Thomas Jefferson Hogg a que cortejara a Mary, o
           quizá  debido  al  dinero  que  Hogg  facilitaba  a  su  amigo  para  sacarlo  de  apuros.

           Molesta por la conducta de Shelley, quien le reprochaba su incapacidad por llevar a la
           práctica sus teorías sobre el amor libre, y con la intención de ganarse a Shelley, Mary
           simuló que intentaba amar a Hogg, efectuando maniobras dilatorias amparadas en el
           embarazo  del  primer  hijo  de  Shelley.  De  la  siguiente  manera  respondió  a  Hogg

           cuando este le pidió un mechón de su cabello: «aunque no es exactamente del modo
           en que tú desearías, mi afecto por ti crece cada día, y es posible que llegue al punto
           en que puedas sumarte a nuestra felicidad. Pero todo necesita su tiempo por razones
           físicas, a las que, como puedes suponer, Shelley está también condicionado. Por esto,

           querido Hogg, dame tiempo para que el amor brote…». Era el otoño de 1814; dos
           años después, en 1816, Thomas Jefferson Hogg le causaba tal repugnancia a Mary
           que no soportaba su presencia. Casado posteriormente con Jane Williams, amiga de

           Mary,  la  joven  nunca  fue  feliz,  y  en  una  carta  a  la  autora  de  Frankenstein,  o  el
           moderno Prometeo, le confesó: «Hogg es orgulloso, egoísta y solo se preocupa de sí;
           su cinismo es tan brillante como sus chistes».




























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