Page 22 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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reunirse con Lord Byron, de quien estaba embarazada a consecuencia del brevísimo
romance que ambos vivieron en Londres. La idea de Claire era simple: pretendía
retomar su relación con Byron y, de paso, reclamar los derechos de su futura hija,
Allegra. Sin embargo, para Percy y Mary fueron instantes de gran felicidad. Bajo el
sol matutino paseaban por el jardín de la casa, leían en latín e italiano por las tardes y
paseaban en barca por el lago de noche. En una carta a su amiga Marianne Hunt,
Mary proclamó así su dicha: «Hemos escapado de la tristeza del invierno en Londres.
Y en este lugar delicioso me siento tan feliz como un pajarillo recién nacido, que
apenas ha comenzado a volar, e intenta descubrir por sí mismo sus nuevas alas. Si
fuese más experimentado tendría dificultad para elegir su placer, pero en el estado
actual de mi espíritu, el aroma de las flores, la hierba fresca de la primavera, y todas
las criaturas felices que me rodean, me llena de felicidad y placer, incluso cuando las
nubes nos cubren la visión del Mont Blanc».
Pero tan fascinante como la ciclópea presencia del Mont Blanc fue el encuentro
con Lord Byron, llamado por la timorata sociedad inglesa de la época «su satánica
majestad» [16] . George Gordon, sexto Lord de Byron (1788-1824), fue, de todos los
poetas románticos de su tiempo, el único de fama universal incluso entre aquellos que
no sabían leer inglés: Pushkin es tremendamente byroniano en su novela en verso
Evgeni Onegin (1831); Espronceda inspirará su célebre poema La canción del pirata
en El corsario [The Corsair] y El estudiante de Salamanca (1837) extraerá
aleatoriamente elementos de Don Juan (1819-1823) y Manfred (1817). Su figura, con
su apostura, su cojera —una contracción del talón de Aquiles en el pie derecho—, su
cuello de camisa bajo y la corbata mal anudada, sus escándalos amorosos, su exilio y
su muerte en los llanos de Missologhi, luchando por la libertad del pueblo griego,
crearon la imagen arquetípica del poeta romántico. Huérfano de padre desde muy
niño, con una madre neurótica, a los diez años se convirtió por herencia en miembro
de la Cámara de los Lotes. Allí dio rienda suelta a sus contradictorias ideas políticas:
ateo convencido y admirador irredento de Napoleón Bonaparte, de sus doctrinas de
justicia, libertad y fraternidad, en su breve labor parlamentaria defendió a los
católicos ingleses en su inferioridad legal y pidió la pena de muerte para los
trabajadores textiles que destruían las máquinas culpables de su desempleo… Para
vencer los complejos a causa de su pie deforme, se transformó en un gran deportista.
Practicaba el boxeo, la esgrima y la equitación, era capaz de apagar una vela de un
disparo a treinta pasos de distancia, y en Grecia atravesó a nado —con regreso y todo
— el estrecho de los Dardanelos —o en términos clásicos, el Helesponto,
rememorando así la hazaña de Leandro en sus visitas amorosas a Hero—. Su primer
volumen de versos Hours of Idleness [Horas de ocio] (1807) no tuvo éxito. Empero,
en 1812, de regreso a Inglaterra de un largo viaje por Italia, Grecia y España, publicó
los dos primeros cantos de Childe Harold, de los cuales vendió 14 000 copias en un
solo día, haciéndole rico y famoso de inmediato.
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