Page 27 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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idea se le pasó por la cabeza; es más, existen insinuaciones que casi lo confirman. En
cierta ocasión, Claire le confesó al escritor William Graham que «he amado a Shelley
con todo mi corazón y toda mi alma», y según relatan algunos cronistas, Claire murió
con un chal de Shelley entre sus manos. Años después, Byron anunció que, cuando
creciera, Allegra se convertiría en su amante, y ante el asombro de los presentes
contestó tajante: «no es mi hija, sino de Mr. Shelley». Los supuestos escarceos
sexuales entre Shelley y Claire se prolongaron incluso en Londres, ya de regreso de
su viaje por el Continente hacia finales de 1816, provocando la desesperación de
Mary. Tal y como refleja una carta fechada el 5 de diciembre de ese mismo año:
«desearía una casa con hierba, un río, o un lago —nobles árboles y divinas montañas
que serían nuestro pequeño refugio para escondernos—. Dame un jardín y absentia
Claire, y yo le agradeceré a mi amor todos los favores» [26] .
Y luego, obviamente, estaban las tensas relaciones entre Lord Byron y John
W. Polidori, exhibidas sin pudor en presencia de sus invitados y amigos. Por ejemplo,
Byron alentó a su médico y secretario que escribiera un drama teatral llamado
Cajetan, el cual fue leído en voz alta por el poeta ante la hilaridad del Percy y Mary.
Para no estallar en carcajadas, Byron, de vez en cuando, alababa el talento de ciertos
pasajes y, ante la mofa general, Polidori se retiró a sus habitaciones para llorar
amargamente. Una vez, después de un fuerte chubasco, Mary Shelley fue a visitarlos
a Villa Diodati. Mientras Mary avanzaba con dificultad por el suelo embarrado,
Byron y Polidori la observaban desde el balcón, y el Lord dijo con ironía: «Si usted
fuera galante, saltaría esta pequeña altura para ofrecerle su brazo a la dama». Sin
pensarlo dos veces, Polidori saltó, con tan mala fortuna que se torció un tobillo.
Byron le ayudó a entrar en la casa y fue a buscar un cojín para acomodarlo mejor en
el sofá; al regresar, Polidori le dijo con desprecio: «Nunca pensé que pudiera ser
usted tan amable». Pero la situación más desagradable, al menos de las que se tiene
constancia, tuvo lugar mientras Percy, Byron y Polidori navegaban por el lago
Leman. El médico golpeó con el remo la rodilla de su patrón, ante lo cual exclamó:
«Tenga la amabilidad, Polidori, de ser más cuidadoso, pues me ha hecho daño».
Polidori replicó: «Me alegra comprobar que podéis sentir dolor». Byron, airado, dijo:
«Le aconsejo que, en otra ocasión, cuando dañe a alguien, no exprese tan
abiertamente su satisfacción. A la gente no le gusta escuchar de quienes le hacen daño
que se alegran de ello; y no siempre pueden controlar su ira. Yo he contenido con
gran dificultad la mía, y mi primer impulso ha sido arrojarle al agua y, de no ser por
la presencia del señor Shelley, lo habría hecho». En otra ocasión, habiendo perdido
una carrera de veleros con Shelley, Polidori lo desafió a un duelo, cosa a la que el
poeta se negó, pues era un pacifista declarado. Byron salió al quite de la discusión
aduciendo que él tomaría el lugar de su amigo para así poder meterle una bala en el
cuerpo a Polidori. En suma, el ambiente propicio para leer historias de fantasmas y de
vampiros, de espectros y de almas encadenadas a una maldición.
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