Page 30 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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accedería a los más recónditos secretos de la naturaleza.
Además, todos ellos se olvidan de algo fundamental: tales acontecimientos no
tuvieron lugar en una sola noche, sino en varias, concretamente del 15 al 17 de junio.
Según varios estudiosos del tema [33] , las fuertes lluvias y vientos que ese verano
sacudieron esporádicamente la zona comenzaron el 15 de junio. Lo cual dio lugar a la
intervención de diversos personajes, algunos de ellos conocidos, como Matthew
Gregory Lewis o la condesa Potocka, otros anónimos de los que hoy ni siquiera
sabemos sus nombres, sumidos en las brumas del olvido. Radu Florescu [34] insiste en
que sus investigaciones le llevan a la conclusión de que la lectura de
Phantasmagoriana tuvo lugar el 16 de junio, en frontal contradicción con lo reseñado
por los diarios de Polidori, que indican que fue el 17 de junio.
Probablemente, si admitimos la teoría de James Rieger [35] , lo cierto es que Mary
fue la primera en aceptar la apuesta de Lord Byron y la primera en empezar a escribir.
«Yo me urgía a mí misma a pensar una historia —relata Mary Shelley, una vez más,
en su prólogo para la edición de 1831—, una historia que pudiese rivalizar con las
que nos habían llevado a aquella empresa. Una historia que hablase de los misteriosos
temores de nuestra propia naturaleza y que despertase el más intenso de los terrores,
una historia que hiciese temer al lector mirar a su alrededor, que helase la sangre y
acelerase los latidos del corazón. Si no conseguía todas esas cosas, mi historia de
fantasmas probaría ser indigna de ese nombre. Pensé y reflexioné en vano. Sentía esa
desolada incapacidad para inventar que es la más grande miseria de los escritores,
cuando la sombría Nada responde a nuestras invocaciones más ansiosas. “¿Has
pensado ya una historia?”, me preguntaban cada mañana y cada mañana me veía
forzada a replicar con una mortificante negativa». La suave presión que Shelley
ejercía sobre su «alma gemela» y la sutil ironía de Byron ante el bloqueo mental de la
joven —a la cual llamaba «admirada amiga»— colocaron a Mary en una situación
emocional muy comprometida. Al mismo tiempo, con discreción, a fin de evitar, una
vez más, las burlas de Lord Byron, John William Polidori redactaba las primeras
líneas de El vampiro, relato que le daría, sin apenas intuirlo y a título póstumo, la
inmortalidad: «Su mirada recorría la alegría general que bullía a su alrededor con la
indiferencia de quien se sabe incapaz de compartirla. Parecía como si solo la graciosa
sonrisa de la belleza fuese capaz de atraer su atención, y aun así solo para ser borrada
de los labios encantadores por una mirada que helaba de pavor un corazón en el que
hasta entonces solo había reinado el placer». Aquel lúgubre párrafo de El vampiro
preludiaba el triunfo de los segundones, de los pusilánimes, a los cuales la fortuna
parecía haberles negado el don del arte, de la magia, en beneficio de los poetas,
señores de la palabra y el sueño. Y fue el horror el que dio negras alas a los sueños de
Polidori y, sobre todo, a los de Mary: «Cuando apoye la cabeza en la almohada no me
dormí —evocaba Mary en su nuevo prólogo—, aunque tampoco puedo decir que
pensaba. Mi imaginación, espontáneamente, me poseía y me guiaba (…) Vi al
horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio
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