Page 32 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Y el sol se ocultaba, lenta, majestuosamente, bajando de manera indolente el telón de
aquel veinte de marzo de 1831. Finalizada la nueva introducción que, a modo de
poética evocación de aquellos tiempos pasados, había compuesto para la nueva
edición de Frankenstein o el moderno Prometeo, en medio de un torbellino de
recuerdos, Mary Shelley posó su mirada en lo que había escrito y siguió
deambulando por su pasado, como quien camina por un bosque poblado de
fantasmas. «Fui criada y alimentada con el amor por la gloria. Llegar a ser alguien,
grande y bueno, fue el precepto que me dio mi padre y que Shelley reiteró», subrayó
en su diario. Sin duda estaba a punto de lograr aquello para lo que había nacido, ese
destino a cuyo encuentro debía ir alentada por Shelley: «Mi marido estuvo ansioso
desde el principio por que demostrase estar a la altura de mis padres y escribiese mi
nombre en las páginas de la fama». Aunque ¿a qué precio? Su alma seguía varada en
la playa de Viareggio, un día de julio de 1822, cuando rescataron el cuerpo sin vida
de Shelley. Y allí mismo fue incinerado, delante de ella, acompañada de Leigh Hunt,
Trelawny y Byron [36] . De entre las llamas rescató el corazón de Shelley —más
grande de lo normal según un médico allí presente—, y lo conservó siempre, envuelto
en un paño de algodón, entre las páginas de uno de sus libros de poemas.
Shelley’s Funeral – Louis E. Fournier, 1869
También le quedó de Shelley el único hijo de ambos que sobrevivió a una muerte
prematura, Percy Florence. A fin de sacarlo adelante, colaboró en la elaboración de
los cinco volúmenes de la serie Lives of Eminent Men of Italy, Spain and Portugal
[Las vidas de los hombres más eminentes de Italia, España y Portugal ] (1835-1838)
y en los dos tomos de Lives of the Most Eminent Men of France [Las vidas de los
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