Page 34 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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padre William Godwin y de su marido, Percy B. Shelley, su salud empezó a
quebrarse. Mary Shelley murió el 1 de febrero de 1851 a la edad de 54 años, en su
residencia de Chester Square. Se dice que la causa fue una misteriosa enfermedad
nerviosa, que le producía accesos de parálisis y dolores de cabeza. A la luz de los
síntomas, tal vez se trataba de un tumor cerebral. Los restos de Mary Shelley hallaron
reposo en la iglesia de St. Peter’s, de Bournemouth, entre las tumbas de sus
progenitores, William Godwin y Mary Wollstonecraft, que fueron trasladados allí
desde Londres por expreso deseo de Percy Florence. El hijo de la inolvidable
escritora y del insigne poeta falleció sin descendencia, y su cuerpo, junto al corazón
de su padre, acompaña al de su madre en la misma tumba. Poco antes de que el brillo
de la vida desapareciera de sus ojos grises, Mary Shelley, la autora de Frankenstein, o
el moderno Prometeo, estampó en su diario la siguiente reflexión: «Mi vida ha estado
siempre llena de benévolas intenciones y con impaciencia había aguardado el instante
de ponerlas en práctica convirtiéndome, de ese modo, en alguien útil a mis
semejantes. Pero ahora todo ha sido aniquilado. Los remordimientos y el sentimiento
de culpa han sustituido a la serena conciencia que me habría permitido contemplar
con satisfacción el pasado, hallando en él el preludio de nuevas esperanzas».
Ciencia vs. Mito: fuentes de inspiración
de Frankenstein, o el moderno prometeo
¿Cómo pudo una simple jovencita como aquella pensar y desarrollar una idea tan
horrenda? Esta es, según su propia confesión, la pregunta a la que debió responder
Mary Shelley en numerosas ocasiones. Casi doscientos años después, se poseen los
suficientes datos históricos, literarios, científicos y biográficos para poder contestarla.
Tan apasionante, compleja y misteriosa como la historia que narra es la crónica de la
inspiración y escritura de Frankenstein, o el moderno Prometeo. Por encima de los
documentos y testimonios que construyen una supuesta verdad existen, como una
corriente subterránea, los hechos que por diversas y muy oscuras razones Mary
Shelley y sus allegados omitieron. Ya en su celebérrima introducción a la edición de
1831, la autora explicó la gestación de su obra de manera legendaria, brumosa, fiel al
más genuino espíritu romántico; es decir, la creación artística como resultado de una
fuerza inconsciente procedente del mundo de los sueños y las pesadillas: «Abrí los
míos [los ojos] con terror. La idea se apoderó de tal modo de mi mente que me
recorrió un escalofrío de miedo, y quise cambiar la horrible imagen de mi fantasía por
realidades de mi alrededor. Todavía las veo: la misma habitación, el parque oscuro,
las contraventanas cerradas con la luna filtrándose a través, y la impresión que yo
tenía de que el lago cristalino y los blancos y elevados Alpes estaban más allá. No
pude librarme tan fácilmente de mi espantoso fantasma; seguía presente en mi
imaginación. (…) Veloz y animada como la luz fue la idea que se me ocurrió. “¡La
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