Page 12 - Frankenstein, o el moderno Prometeo
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Johnson. En Memoirs of the Author of a Vindication of the Rights of Woman, Godwin
           intentó  reflejar,  bajo  su  estricto  punto  de  vista,  la  controvertida  existencia  de  su
           esposa, y especialmente, su talento como escritora, hasta el extremo de idealizarla.
           «Una de las pasiones que han guiado mi mente ha sido un ansioso deseo de no ser

           defraudado —escribió Godwin—, y por lo que puedo recordar, lo fui cuando traté de
           hacer balance de mis valores intelectuales, al descubrir que no poseía, en el grado de
           otros  hombres,  una  percepción  intuitiva  de  la  belleza  intelectual  (…)  Lo  que  yo
           deseaba en ese sentido, Mary lo poseía en grado superior a cualquier otra persona que

           yo  hubiera  conocido.  Su  fuerza  mental  —prosigue  el  filósofo—  descansaba  en  la
           intuición. A menudo llevaba razón, sirviéndose solo de ese medio, en cuestiones de
           pura especulación (…) Pero si esta cualidad le era útil en temas que constituyen al
           parecer el campo propiamente dicho de la razón, lo era mucho más en las cuestiones

           directamente  relacionadas  con  el  buen  gusto  intelectual.  En  un  juicio  tan  sólido  y
           firme como este, hay algo de brujería». Todo ello causó la sistemática marginación de
           dicha biografía durante años. La prensa conservadora de la época calificó a Godwin
           de proxeneta y a Wollstonecraft de prostituta. Pero, sin duda, fue la simiente que hizo

           florecer un progresivo interés intelectual por la obra de Mary Wollstonecraft             [10] . En
           las décadas subsiguientes, Vindicación de los derechos de la mujer fue objeto de seis
           reediciones en Inglaterra y cuatro en la América anglosajona.

               Hay  quien  dice  que  la  futura  autora  de  Frankenstein,  o  el  moderno  Prometeo
           recibió de sus padres un legado de vergüenza y gloria. Pero tal vez lo único cierto es
           que la presencia invisible de su madre muerta, y el escaso afecto que su padre vivo le
           tenía,  marcaron  su  vida.  Mary  Shelley  se  debatió  entre  grandes  tensiones

           emocionales,  convirtiéndose  en  una  mujer  de  notables  contradicciones  o,  si  se
           prefiere, de acusados contrastes     [11] . En su adolescencia Mary solía visitar la tumba de
           su  madre  en  Old  St.  Pancras  Church,  y  allí,  en  una  actitud  típica  de  heroína

           romántica,  leía  sus  obras.  Mary  idealizaba  la  independencia  y  coraje  de  su
           progenitora  lo  suficiente  para  seguir  hasta  cierto  punto  sus  pasos.  «Mi  madre  era
           bella, ingeniosa y brillante, y sentía debilidad por los hombres guapos», le explicó en
           cierta ocasión a Percy Bysshe Shelley, con quien, meses después, huiría al continente
           a  pesar  de  estar  casado.  Sin  embargo,  los  últimos  veintinueve  años  de  su  vida

           construyó  a  su  alrededor  un  intachable  halo  de  respetabilidad  a  fin  de  borrar  sus
           excesos de juventud, e incluso el recuerdo de una madre que, a juicio de burgueses y
           moralistas, fue una dañina corruptora de jóvenes, pues «durante los años posteriores a

           1798  hubo  pocos  embarazos  no  deseados  en  Inglaterra  por  los  que  Mary
           Wollstonecraft no fuese parcialmente considerada responsable»            [12] .
               En cuanto a su padre, Mary lamentaba su frialdad, su hosquedad hacia ella, pues
           Godwin juzgaba el carácter de su hija como «singularmente rebelde e imperioso».

           Pero, en realidad, la presencia de Mary le recordaba aquel aciago 10 de septiembre de
           1797, aquellos once días espantosos de sufrimiento que le arrebataron a su esposa.
           Incluso en su edad adulta, Mary se sentía herida por el escaso afecto de su progenitor.



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