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140| En el Jardín de la Sabiduría Capítulo Cuatro: El regalo de la vida
experiencia que la primera vez, con más conciencia de las
posibles dificultades que pueden presentarse, y con mayores
probabilidades de tener éxito. Cuando la persona empieza de
nuevo todo el tiempo, tarde o temprano alcanzará el éxito y
prosperará en todo lo que haga.
Eso es exactamente lo que Hashem espera de nosotros: que
dejemos atrás el pasado y sigamos adelante con la vida.
El Rey Salomón, el más sabio de todos los hombres, dijo
(Proverbios 24:16): “El justo cae siete veces pero se levanta. Los
malvados tropiezan en su maldad”. El Rey Salomón nos está
diciendo que no importa si el justo cae, porque apenas declara
un nuevo comienzo y se vuelve a poner de pie, se lo sigue
considerando “justo” (tzadik). Por el contrario, la maldad en
la que tropieza el malvado es el letargo de la desesperación,
que lleva a la fatiga espiritual, la cual neutraliza a la persona.
Es por eso que el Profeta Jeremías yuxtapone la renovación
diaria con la emuná (Lamentaciones 3:23).
Rabí Najman da testimonio de que todo lo que logró en
el servicio de Hashem fue gracias a que constantemente
empezaba de nuevo. No importa qué problema u obstáculo
hubiera tenido, de inmediato declaraba un nuevo comienzo.
Este maravilloso consejo también tiene relevancia para
nosotros, porque esa es exactamente la manera en que Hashem
quiere que actuemos.
La Torá afirma que el pueblo judío recibió los preceptos de
Hashem por intermedio de Moisés y dice así: “Hoy se han
transformado en una nación” (Deuteronomio 27:9). Rashi explica:
“A sus ojos, cada día debería ser como el primer día en que
entraron en pacto con Hashem”. Idealmente, deberíamos
vivir cada día como si fuera nuestro primer día en el servicio
de Hashem. Por lo tanto, debemos repetirnos constantemente:
“Hoy empiezo a ser una persona justa. Hoy empiezo a
acercarme a Hashem. Hoy espero poder rezar y estudiar con
ahínco…”.
Eso es lo que se llama “mirar hacia adelante”. Buscar siempre
cómo avanzar. Por ejemplo: si alguien conduce un automóvil,
| 133 mundo”. de la Torá y no se preocuparía por la situación del obtendría nada. Y de esa forma uno aceptaría el yugo que de no ser por la voluntad de Hashem, uno no ya que “el que mira con buen ojo será ben
importante es que se fortalezca con esta frase: “Eso es asunto
de él y esto es asunto mío”, o sea, no se puede comparar el
uno con el otro. Cada uno es un ser individual.
En nuestra historia, cuando la esposa del Simple lo ataca, él le
responde: “Eso es asunto de él y esto es asunto mío”, porque
ella pretende compararlo con los demás. Pero si ella no
hubiera establecido una comparación, él ni siquiera se habría
puesto a pensar en el tema, porque él ni se fijaba siquiera en
lo que hacían los demás.
No fijarse en los demás
El inicio de la emuná en la Supervisión Individual radica en
este concepto de “Eso es asunto de él y esto es asunto mío”.
Es sabido que desde el comienzo de la Creación hasta el día
de hoy, y en el futuro hasta el fin de todas las generaciones, no
hubo, ni hay, ni habrá dos personas que compartan la misma
trayectoria en la vida. Cada uno tiene su propio camino
que transitar, su propia misión y sus propias rectificaciones
que llevar a cabo. Por lo tanto, la persona que tiene emuná
no tiene necesidad de fijarse en los demás. La persona que
constantemente se fija en lo que hacen los demás carece de
emuná, y se imagina todo tipo de cosas. Vive una ilusión. Vive
en la más completa oscuridad.
Y con mucha más razón, está prohibido tener envidia de los
demás, tal como enseña el Rabino Yejezkel Levinstein en su
libro Or Yejezkel, cuando dice que cuando la persona tiene
emuná perfecta en el principio establecido por Maimónides
que dice que el Creador, Bendito Sea, es el Creador y el
Director de todos los seres creados, y Él solo hizo, hace y hará
todos los sucesos, de inmediato se anulan todos los malos
rasgos de carácter de esa persona y el mal de ojo, etc.
Por consiguiente, la enseñanza que nos dejaron nuestros
Sabios respecto a que “La envidia aumenta la sabiduría” no
se aplica en absoluto a la envidia vil que corroe el corazón