Page 352 - Auge y caída del antiguo Egipto
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montículos cubiertos de malas hierbas … La tierra estaba en peligro; los dioses habían abandonado esta
                  tierra. Si se enviaban ejércitos a Oriente Próximo para ensanchar las fronteras de Egipto, estos no tenían
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                  éxito. Si se imploraba protección a un dios, este no aparecía en absoluto.


                  El lenguaje del decreto hacía referencia directa a los «dioses» en plural, y las
               acciones del nuevo rey fueron consecuentes con esas palabras. Entre las medidas

               más inmediatas se incluyeron la restauración de los templos, prestando especial

               atención a los centros de culto de Amón-Ra, la reinstauración de su clero y la

               consagración de nuevas estatuas de culto (pagadas por el erario real), todo ello
               para que pudiera decirse que Tutankamón había «reconstruido lo que estaba en

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               ruinas  …  y  disipado  el  caos  en  toda  la  extensión  de  las  Dos  Tierras».   El
               abandono de Ajetatón por parte de la corte y el regreso de esta a Tebas vino a
               rematar el retorno al «antiguo régimen». Para señalar esta ruptura completa con

               la visión de su padre, el joven rey, como hicieran los reunificadores antes que él,

               adoptó el epíteto, extremadamente simbólico, de «repetidor de nacimientos»; es
               decir,  que  su  reinado  no  sería  una  re-creación  como  el  de  Ajenatón,  sino  un

               renacimiento.

                  Pero  tan  temprana  promesa  se  vería  cruelmente  cortada  en  seco.  En  1322,
               antes de llegar siquiera a la veintena, Tutankamón siguió a su padre a la tumba.

               Quizá  había  albergado  secretamente  el  deseo  de  restablecer  la  reputación  de

               Ajenatón una vez que hubiera llegado a la mayoría de edad y pudiera gobernar

               por  sí  mismo.  Acaso  los  poderes  fácticos  de  Egipto  se  habían  temido  tal
               desenlace  y  habían  tomado  medidas  desesperadas  para  evitarlo.  O  tal  vez  el

               joven  rey,  que  físicamente  nunca  fue  demasiado  fuerte,  simplemente  sufrió  el

               mismo destino que la mayoría de sus súbditos, una muerte prematura por causas
               naturales. Su joven esposa había tratado de perpetuar la línea sucesoria, pero su

               corta  edad  y  el  reducido  acervo  genético  derivado  de  aquel  matrimonio  entre

               hermanos se tradujeron en un aborto espontáneo. Dos hijas que nacieron muertas

               fueron  amorosamente  momificadas  y  enterradas  junto  al  padre  en  su  tumba,
               apresuradamente  preparada,  en  el  Valle  de  los  Reyes,  donde  aguardarían  a  su
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