Page 347 - Auge y caída del antiguo Egipto
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que rodeaban Ajetatón, el culto al rey sublimaba las personalidades individuales.
La fórmula de las ofrendas ya no se dirigía a Osiris, dios de los muertos, sino al
rey, y ocasionalmente también a Nefertiti. La única existencia eterna que ahora
se ofrecía consistía en gozar de los rayos de Atón durante el día, recibiendo una
parte de las ofrendas del templo, y regresar a la propia tumba por la noche, bajo
la protección de Ajenatón. Una perspectiva desalentadora.
Los habitantes de Ajetatón incluso tenían estatuas e imágenes de la familia
real en sus altares domésticos. El tamaño del altar —algunos semejaban templos
en miniatura— era un indicador público de la lealtad al régimen, y tan
importante como símbolo de estatus como la posesión de un pozo, un granero o
un jardín. Y para los ciudadanos humildes excluidos de los templos oficiales de
Atón, había al menos un lugar público de culto en el centro de la ciudad: la
denominada Capilla de la Estatua del Rey.
Pero no todo el mundo compartía esa devoción desenfrenada al rey y a todas
sus obras. Una serie de sugerentes referencias del primer conjunto de estelas
fronterizas indican que en los primeros años de reinado pudo haber habido brotes
de disensión. Las políticas radicales de Ajenatón debieron de suscitar un enorme
rechazo entre ciertos sectores de la población, y el temor a la insurgencia debió
de acosar al régimen. Los funcionarios leales advertían a los potenciales
disidentes de la determinación del rey de acabar con ellos: «En cuanto se alza,
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ejerce su poder contra quien ignora sus Enseñanzas». Pero incluso en el
interior de su nueva ciudad, la seguridad personal del rey constituía claramente
un importante motivo de preocupación, y Ajenatón estaba rodeado de grandes
medidas de seguridad. Además de la fuerza de policía, estaban los soldados y los
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«jefes del ejército que están en presencia de Su Majestad». Una escolta
armada, erizada de lanzas, acompañaba a Ajenatón en su recorrido diario en
carro hasta la ciudad. Una manzana entera detrás de la Casa del Rey estaba
ocupaba por barracones para fuerzas paramilitares, y además había puestos de
avanzada por toda la ciudad. Una compleja red de pistas que atravesaban la
llanura permitía una vigilancia sistemática del desierto más allá de Ajetatón.