Page 346 - Auge y caída del antiguo Egipto
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representa a los monarcas tan juntos que sus imágenes casi aparecen unidas. Para
               algunos  al  menos,  Nefertiti  y  Ajenatón  eran  como  un  solo  soberano,  que

               gobernaba en la Tierra junto con Atón en el cielo.

                  La  intimidad  de  su  relación  se  convirtió  en  un  principio  fundamental  de  la
               nueva  doctrina  de  Ajenatón,  difundida  en  estatuas  y  en  relieves  por  toda  la

               ciudad.  En  una  escena,  la  pareja  se  coge  de  la  mano  durante  una  ceremonia

               oficial; en otra, Nefertiti se sienta en el regazo de su esposo mientras le coloca

               un collar de cuentas alrededor del cuello. Un fragmento de relieve de un templo
               incluso muestra a Ajenatón y Nefertiti metiéndose juntos en el lecho. También

               las  hijas  de  la  pareja  pasaron  a  formar  parte  de  la  iconografía  oficial.  Para

               cuando Ajenatón y Nefertiti llevaban ya dos años viviendo en Ajetatón, tenían
               seis  hijas  (Ajenatón  tenía  también  al  menos  un  hijo,  nacido  de  una  esposa

               secundaria, pero este fue excluido sin rodeos de los registros oficiales, lo que

               demuestra  la  extrema  importancia  del  principio  femenino).  Una  famosa  estela

               muestra  al  rey  y  la  reina  descansando  en  casa  junto  a  sus  tres  hijas  mayores.
               Ajenatón acuna y besa a Meritatón; Meketatón está sentada en las rodillas de su

               madre, haciendo ademán de señalar a su padre, y la pequeña Anjesenpaatón tira

               del  pendiente  de  Nefertiti.  El  mero  hecho  de  reconocer,  y  no  digamos  ya
               pregonar, tales expresiones de afecto y emoción entre los miembros de la familia

               real, era algo sin precedentes.

                  La razón de esta radical desviación de la tradición era el nuevo papel de la
               familia del monarca en la religión egipcia, puesto que esta se había convertido

               ahora  en  una  «sagrada  familia»,  suplantando  a  los  grupos  de  divinidades

               tradicionales. El recorrido del carro real hasta el centro de la ciudad había pasado
               a ocupar el lugar de las procesiones de los dioses. Las estatuas de Ajenatón y

               Nefertiti habían reemplazado a las imágenes de las deidades. Dado que el culto a

               Atón  era  una  religión  exclusiva,  revelada  solo  a  Ajenatón  y  su  familia,  los

               ciudadanos  normales  y  corrientes  que  deseaban  obtener  las  bendiciones  de  la
               esfera  solar  tenían  que  adorar  a  sus  representantes  en  la  Tierra  como

               intermediarios. En las tumbas de los funcionarios favoritos, talladas en los riscos
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