Page 348 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Visibles tanto de noche como de día, esas rutas para carros militares facilitaban
una seguridad ininterrumpida durante las veinticuatro horas. Las áridas
extensiones del Desierto Oriental proporcionaban un fácil escondrijo para los
forajidos, y la policía era plenamente consciente de que había disidentes «que se
unían a ellos en las colinas del desierto». 14
Patrullas policiales móviles controlaban la residencia real desde el altiplano, al
tiempo que los propios riscos que protegían el palacio resultaban virtualmente
imposibles de escalar con facilidad. Como todos los déspotas a lo largo de la
historia, Ajenatón dependía profundamente de la lealtad de su personal de
seguridad, sobre todo del jefe de policía. Mahu, al igual que todos los altos
funcionarios del rey, se lo debía todo al patrocinio real y se esforzaba
constantemente en demostrar su devoción. Había hecho inscribir en las paredes
de su tumba nada menos que cuatro copias del Himno a Atón, el credo oficial de
la nueva religión de Ajenatón. Sus expresiones públicas de fidelidad en
presencia del monarca eran modelos de adulación. Sin embargo, en tal atmósfera
de paranoia, ni siquiera a un súbdito tan absolutamente leal se le entregaba por
completo el control de la seguridad regia. El rey contaba también con su propia
guardia personal de élite, que incluía a soldados extranjeros, menos propensos,
sin duda, a albergar resentimiento hacia el faraón. También es probable que los
altos cargos de la administración hubieran sido reclutados de familias
extranjeras. El visir, Aper-El, el principal médico del rey, Pentu, y el chambelán
real, Tutu, probablemente eran todos ellos de ascendencia no egipcia.
Pese a ser dioses en la Tierra y el único camino de salvación, los miembros de
la familia real tenían que ir muy lejos en busca de una lealtad incuestionable.
La última aparición pública de Ajenatón, Nefertiti y las seis princesas fue una
espléndida recepción celebrada en 1342, en el duodécimo año de reinado del
monarca. Sentados juntos bajo un toldo (ya que, de cara a un largo y caluroso
espectáculo al aire libre, el confort importaba más que el dogma, cuando menos
para la familia real), contemplaron cómo una larga hilera de dignatarios
extranjeros desfilaban ante ellos con regalos exóticos, simbolizando el dominio