Page 343 - Auge y caída del antiguo Egipto
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mientras que la mayoría fallecía en torno a los treinta y cinco años. Enterrados
en hoyos poco profundos excavados directamente en la arena, con solo un
montón de piedras honrando su memoria, se les sepultaba con unas cuantas
vasijas baratas y quizá un par de joyas viejas. Era un mundo completamente
ajeno al dogma oficial de vida, luz y belleza. Apenas sorprende, pues, que los
súbditos más humildes de Ajenatón siguieran depositando su confianza en los
dioses tradicionales, incluso ante las mismas narices de la policía política del rey.
En la seguridad de las moradas más modestas, las deidades más queridas, como
Hathor, Bes, Taueret e incluso Amón, seguían teniendo un sitio.
A pesar de esta persistente adhesión a los antiguos cultos —o quizá a causa de
ella—, la doctrina de Ajenatón se fue volviendo cada vez más fundamentalista.
En los primeros años de su reinado, cuando la corte todavía tenía su sede en
Tebas, es evidente que aún resultaba aceptable que un mayordomo real incluyera
oraciones a Osiris y a Anubis en su tumba. Pero, después del traslado a Ajetatón,
Atón fue rápidamente elevado de la categoría de dios supremo a la de único dios;
ya no se reconocía ni se toleraba a otros. La visión del rey fue impuesta al resto
de la sociedad. Los sacerdotes fueron destituidos o recolocados al cerrarse sus
templos, y todos los recursos se redirigieron al culto a Atón. El punto culminante
del fervor puritano de Ajenatón se produjo en el undécimo año de su reinado, en
1343, cuando el nombre doctrinal de Atón fue oficialmente «depurado» para
eliminar cualquier referencia a otros dioses; incluso a aquellos que, como Horus-
de-los-dos-horizontes o Shu, eran ellos mismos deidades solares.
Esta purificación del culto a Atón vino acompañada de la proscripción activa
de otras deidades, especialmente del ahora odiado Amón, a quien Atón había
suplantado como supremo creador. Para borrar sus nombres de la historia,
Ajenatón puso en marcha un programa sistemático de iconoclasia patrocinada
por el Estado. Por todo el país, desde las marismas del delta hasta los distantes
confines de Nubia, ejércitos de esbirros del rey forzaron las capillas sepulcrales e
irrumpieron en los templos para borrar o mutilar los textos e imágenes sagrados.
Armados de cinceles y de «listas guía», se encaramaron a los obeliscos para