Page 384 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Mientras  los  animales  apagaban  su  sed,  los  soldados  empezaron  a  montar  el
               campamento.  Se  estacionaron  los  carros,  se  levantaron  las  tiendas  y  se

               dispusieron los escudos de modo que formaran un círculo defensivo. Eran las

               tres  en  punto  de  la  tarde.  Medio  difuminada  en  la  distancia,  la  silueta  de  la
               fortificada Qadesh dominaba el horizonte sudoriental.

                  En  cuanto  Ramsés  y  su  división  de  avanzada  llegaron  al  campamento,  el

               servicio de información envió exploradores a examinar la campiña circundante,

               siguiendo una práctica establecida, a fin de reconocer el terreno y proporcionar
               cualquier dato de interés sobre los movimientos del enemigo. Casi de inmediato,

               estos se tropezaron con dos espías hititas entregados a una actividad similar. Fue

               un  extraordinario  golpe  de  suerte,  el  primero  de  varios  que  se  producirían
               aquella  tarde.  Los  agentes  enemigos  fueron  sometidos  no  a  un  interrogatorio

               moderado, sino a duras palizas. Y lo que revelaron bajo tortura cayó como una

               bomba.  Lejos  de  encontrarse  a  doscientos  kilómetros  y  de  tratar  de  evitar  el

               combate, el rey hitita, Muwatallis II, y sus fuerzas se hallaban en aquel preciso
               momento acampados detrás de Qadesh, y la colina sobre la que se asentaba la

               ciudad ocultaba su presencia a los egipcios. Asimismo, los comandantes hititas

               habían decidido lanzar un ataque preventivo contra el ejército egipcio, cosa que
               se disponían a hacer en cualquier momento.

                  Tras haber confesado la terrible noticia, los espías fueron llevados a rastras

               ante el estupefacto Ramsés, que estalló de ira. Tras arremeter contra sus altos
               oficiales  por  su  incompetencia,  tomó  el  mando  en  persona  y  ordenó  que  se

               adoptaran medidas urgentes. Los reales príncipes que viajaban con el rey fueron

               puestos inmediatamente a salvo, huyendo hacia el oeste, lejos de la inminente
               tormenta. El visir fue enviado a toda velocidad hacia el sur para que acelerara el

               avance  de  la  división  de  Ptah,  que  en  aquel  momento  todavía  se  disponía  a

               vadear el Orontes. El mensaje de Ramsés era desesperado: «¡Su Majestad está

               completamente solo!».      1
                  Minutos  después  se  produjo  el  ataque.  Un  enorme  destacamento  de  2.500

               carros hititas, con sus temibles guerreros protegidos con cotas de malla hasta los
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