Page 387 - Auge y caída del antiguo Egipto
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resultaba  menos  sombrío.  El  rey  Muwatallis  había  perdido  a  dos  de  sus
               hermanos en el combate, junto con su secretario, el jefe de su guardia personal,

               cuatro destacados miembros de la unidad de carros y numerosos oficiales. Sin

               embargo, dado que ninguno de los dos bandos se había alzado con la victoria, la
               batalla de Qadesh no había terminado aún.

                  Al amanecer, tras una agitada noche atendiendo a los heridos y reparando los

               carros averiados, los dos ejércitos volvieron a enfrentarse de nuevo, esta vez en

               un combate preparado con antelación en la llanura situada frente a Qadesh. Pero
               la  batalla  del  día  anterior  había  debilitado  fatalmente  a  los  dos  bandos.  Los

               egipcios habían sufrido grandes pérdidas y no pudieron superar la potencia de la

               infantería  hitita  (que  no  había  participado  en  el  ataque  anterior,  y,  en
               consecuencia, conservaba intactos su fuerza y su valor). Por su parte, los hititas,

               que  habían  perdido  una  cantidad  considerable  de  sus  carros,  tampoco  fueron

               capaces  de  infligir  una  derrota  decisiva  a  los  egipcios.  Tras  varias  horas  de

               sangriento combate sin ninguna perspectiva de avance importante, Ramsés retiró
               sus fuerzas del campo de batalla. Se dio cuenta de que jamás lograría su objetivo

               estratégico  de  tomar  Qadesh,  y  menos  aún  de  derrotar  a  los  hititas.  También

               Muwatallis quería la paz, y envió un emisario al campamento egipcio con los
               términos  de  un  alto  el  fuego.  A  Ramsés  apenas  le  quedaba  otra  opción  que

               aceptarlos.  Veinticuatro  horas  después  de  su  llegada  a  Qadesh,  los  egipcios

               recogieron su material bélico y regresaron a casa. Tras dos meses fuera, a finales
               de junio el antaño poderoso ejército de Ramsés volvió a los verdes campos del

               delta del Nilo, exhausto y desmoralizado.

                  Sin embargo, parece que el rey sacó fuerzas de aquel doloroso encuentro y,
               sobre todo, de su papel a la hora de salvar la situación de los egipcios. Si bien no

               había  obtenido  la  victoria,  al  menos  había  logrado  escapar  a  las  fauces  de  la

               derrota, y ahora se sentía aún más convencido de su destino. En sintonía con su

               carácter absolutamente seguro de sí mismo, por no decir megalómano, Ramsés
               procedió  a  darle  la  vuelta  al  episodio  de  Qadesh  en  beneficio  propio.  En  un

               bombardeo propagandístico minuciosamente orquestado —que incluyó el arte y
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