Page 598 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Epílogo









               La muerte de Cleopatra puso a Egipto en manos de Roma, exactamente tal como

               ella había temido. Con su fallecimiento, la orgullosa tradición de tres mil años de

               independencia faraónica se extinguió para siempre, y Egipto se convirtió en la
               propiedad personal de un emperador extranjero, saqueada a voluntad. Durante

               los  cuatro  siglos  siguientes,  Augusto  y  sus  sucesores  explotaron  la  fabulosa

               riqueza de Egipto en beneficio de sus propios intereses. Los barcos cargados de

               cereales que zarpaban de Alejandría alimentaban a la numerosísima población de
               Roma; el oro del Desierto Oriental llenaba las arcas imperiales; de las colinas del

               mar Rojo se extraían y tallaban enormes columnas y arquitrabes de piedra para

               adornar los edificios públicos del Foro, y la remota cantera del monte Porfirita
               mantenía abastecidos a los mejores escultores del imperio del más precioso de

               todos los materiales, el pórfido, de un intenso color púrpura imperial.

                  Pero la importancia de Egipto para Roma no se limitó a su riqueza agraria y
               mineral. Con un acceso único tanto al mar Mediterráneo como al mar Rojo, el

               país  desempeñó  un  papel  clave  en  el  comercio  romano,  sobre  todo  en  el

               comercio con la India, fuente de los lujos orientales tan caros a la clase dirigente.
               La  estratégica  situación  de  Egipto,  en  la  intersección  de  las  rutas  que  unían

               Arabia, Asia, África y Europa, había sido una de las principales razones de su

               prosperidad  como  nación  independiente,  y  esa  misma  ventaja  geográfica

               aseguraría  ahora  la  subyugación  de  Egipto  a  una  sucesión  de  imperios
               extranjeros. Roma, Bizancio y Persia; califas, otomanos y británicos: todos ellos

               considerarían  a  Egipto  como  una  fuente  de  riqueza  y  un  eje  comercial  sin

               parangón.
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