Page 595 - Auge y caída del antiguo Egipto
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Octavio se acercaba desde Siria mientras otra de sus divisiones lo hacía desde la
Cirenaica, Cleopatra, desesperada, le envió una embajada, ofreciéndole abdicar
en favor de sus hijos si perdonaba a Egipto. Octavio no contestó.
El 29 de julio del año 30, el sumo sacerdote de Ptah, Imhotep, murió cuando
solo tenía dieciséis años y tres semanas. O bien cayó víctima de una constitución
débil, o bien, lo que resulta más probable, de un enemigo decidido a erradicar
todo vestigio de gobierno ptolemaico. Durante tres siglos, sus antepasados
habían salvaguardado satisfactoriamente las tradiciones religiosas del antiguo
Egipto, que constituían el alma del país. Pero eso se acabó. Tres días después, el
1 de agosto, Egipto sucumbía ante el poder de Roma. Mientras las fuerzas de
Octavio se aproximaban rápidamente a Alejandría por tierra y por mar, Marco
Antonio cruzaba con su ejército y su armada las puertas de la ciudad para librar
una última batalla. Sin embargo, tras varios años de campaña, las suyas eran
unas fuerzas agotadas. Marco Antonio sufrió una derrota aplastante, y cuando
Octavio entraba en la ciudad, Cleopatra huyó a su tesorería y mausoleo
fortificado en la residencia real de Alejandría. Los acontecimientos posteriores
han pasado a la leyenda. Creyendo erróneamente que su amante se había quitado
la vida, Marco Antonio se suicidó dejándose caer sobre su propia espada. Ante la
angustiada insistencia de Cleopatra, su cuerpo, débil y casi sin vida, fue
trasladado hasta los aposentos de la monarca, donde expiró a su lado. A
Cleopatra, a su vez, se la hizo salir del edificio con engaños, tras lo cual fue
puntualmente encarcelada en el palacio real.
El 12 de agosto, transcurridos solo diez dorados atardeceres más en
Alejandría, la última reina de Egipto siguió a su amante romano a la tumba. En
su vida relativamente corta pero turbulenta, había visto a una de sus hermanas
derrocada y asesinada, y a otra exhibida como un trofeo romano. El suicidio
debió de parecerle un final mejor que ser linchada o pasar el resto de su vida en
cautividad. Ya fuera un áspid oculto en una cesta de higos o un peine
envenenado, «nadie conoce la verdad sobre la causa de su muerte». 6
Cleopatra murió, pero su memoria perviviría. Cuatro siglos más tarde, un fiel