Page 172 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Lo que es un hecho innegable es que algunos autores clásicos alabaron las virtu­
       des marineras y guerreras de los etruscos, que habían sido etiquetados en la literatu­
       ra anterior, del siglo v a.C., como pelasgos o tirrenos. Incluso aquellas virtudes las re­
       cordaría Cicerón en una de sus obras (DeRepub., II, 4). Asimismo, un pasaje de Tito
       Livio (V, 33) sintetiza la importancia que la historiografía antigua atribuyó al domi­
       nio de los etruscos sobre el mar, hasta el extremo de que los mares que rodeaban Ita­
       lia hubieron de ser designados con los nombres de «etrusco» (o «tirrénico») y «adriá-
       tico» (nombre este derivado de Adria, una colonia etrusca).
          Las costas y tierras de la vertiente tirrénica, las islas de Cerdeña y Córcega e inclu­
       so el estrecho de Mesina fueron controlados durante muchos siglos por los etruscos,
       lo que los llevaría a la fundación de  diferentes colonias en tales ámbitos,  a los que
       arribaban con sus bien provistas naves tanto mercantiles como militares.
          Por otra parte,  debe  señalarse  que las costas hispanas  fueron asimismo visita­
       das, al igual que las islas Baleares y las Canarias, si hemos de creer lo dicho por Dio­
       doro  de  Sicilia  (V,  19-20),  por  Esteban  de  Bizancio  en  su Etbniká y por Ausonio
       (Epist., XVII, 88-89).
          Nada se puede decir de la nave que transportaba un cargamento de ánforas grie­
       gas y etruscas  del siglo vi a.C. y que  naufragó  entre la Pointe  de Bomporteau y la
       Pointe du Dattier (no lejos de Bon-Porté), pecio localizado en  1973  a 37 m de pro­
       fundidad.
          La presencia primero de los fenicios y luego de los cartagineses hubo de obligar
       a los etruscos a pactar con ellos diferentes acuerdos de carácter comercial, antes que
       declarar hostilidades. Uno de aquellos pactos fue recordado por Aristóteles (Políti­
       ca, III, 9, 36, 1280a), quien señala que el mismo se había acordado para hacer de am­
       bos pueblos «ciudadanos de una sola comunidad» y así poder enfrentarse con garan­
       tías a los nuevos visitantes de los mares occidentales, los griegos, quienes habían sido
       capaces de fundar numerosas colonias en el sur de Italia e incluso en las islas, caso de
       Córcega, en donde, en virtud de un oráculo, los foceos habían fundado Alalia.
          La batalla que años después enfrentaría a foceos y etrusco-cartagineses en aguas
       de tal localidad conocería el choque de 60 naves foceas contra otras tantas etrusco-
       cartaginesas. A pesar de obtener la victoria los griegos, las naves que se pudieron sal­
       var quedaron tan dañadas que optaron por abandonar Córcega y marchar a Regio.
       Los cartagineses y etruscos se sortearon a los marinos capturados.  Los que fueron a
       parar a manos etruscas sufrieron una inmediata muerte por lapidación en las afueras
       de Caere, ciudad llamada Agylla por Heródoto (I,  166-167).


       Tipos de barcos

          Por lo que sabemos, y a pesar de los problemas de cronología, origen e identifi­
       cación de formas, los etruscos conocieron dos tipos de naves: las comerciales y las de
       guerra. Las primeras fueron, sin duda, las más numerosas. Se movían a vela y eran
       de formas más o menos redondas —los griegos las llamaban stronghíloi—,  sin puen­
       te, presentando todo lo más un castillo a popa para el timonel, que controlaba uno
       o dos remos de gobierno. Eran, por lo tanto, lentas y poco manejables, al estar com­
       plementadas tan sólo con unos pocos remos.  Sin embargo,  eran bastante seguras y
       capaces de soportar largos viajes.  Sus dimensiones fueron modestas, entre los  10 m
       de eslora y los 5 m de manga, y estaban dotadas con áncoras de piedra. En el pecio


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