Page 311 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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a un «Árbol de la Vida», lo cual constituye un unicurn del orientalizante de Bolonia.
El tema, claramente conocido en la glíptica oriental y en los relieves neosirios, arri
baría a Etruria a finales del siglo vm a.C.
El tema del «Árbol de la Vida» también aparece en otras estelas, entre ellas, la co
nocida como Estela de Via Tofane (96,50 cm de altura), también de Bolonia, de crono
logía algo posterior y cuya factura recuerda trabajos del norte de Siria.
Puede verse, asimismo, dicho tema en una «estela de disco» (72 cm de altura), del
siglo vil a.C., de Saletto di Bentivoglio (Bolonia), en la que el «Árbol» aparece entre
dos cabras rampantes. El disco superior se halla ornamentado con una tosca esfinge.
De los numerosos relieves que han llegado, baste citar dos de finales del siglo viii
o principios del vil a.C. que representan a dos personajes nobles sentados (hombre
y tal vez mujer), existentes en el vano de ingreso de la Tomba delle Statue, de la locali
dad de Ceri.
De sobresaliente calidad plástica es el relieve del lado anterior del llamado Sarcó
fago del Sperandio —ya citado—, labrado en Chiusi, pero localizado en un hipogeo de
Perugia, que recoge una escena que admite varias interpretaciones (una razia, una mi
gración gentilicia o el desplazamiento matrimonial de una mujer). La finura de su
acabado, sus acertadas proporciones y la sabia distribución de las figuras de hombres
y animales a lo largo del friso hacen de tal pieza una obra maestra.
También debe ser citada por su interés historiográfico —aunque no es obra
etrusca, sino imperial del siglo i y de mediana calidad artística— la lastra fragmentaria
(restan 78 cm de altura) de Caere (hoy en el Museo del Vaticano), que formaba parte del
llamado Trono de Claudio, sobre la cual, y con la técnica del bajorrelieve, se personifica
ron con la identificación de sus nombres tres pueblos etruscos (los tarquinienses, repre
sentados por su héroe epónimo, Tarconte, velado como un arúspice; los vulcenses, me
diante una mujer o una diosa sentada, que tiene en la mano una flor, un pájaro o quizá
un huso; y los vetulonenses, con una figura viril de pie —un hombre o una divinidad
marítima con un timón sobre el hombro— junto a un árbol). Tal pieza, que sin duda re
cogería la totalidad de los quince populi de la Liga etrusca de tiempo imperial, pudo ser
vir como pedestal para una imagen de Claudio (se encontró en 1840 junto a una esta
tua colosal de tal emperador) o ser un altar o un trono, hipótesis esta la más aceptada.
La p i n t u r a
La pintura etrusca destaca, aunque sea obvio decirlo, por su interés artístico e his
tórico. Casi toda, curiosamente, es un canto a la vida, y es la única que, de hecho,
nos ha llegado del mundo antiguo occidental, si la evaluamos por su cantidad. Al
lado de ella, los restos de pintura griega y romana no son nada significativo.
Debemos indicar que sólo puede estudiarse a partir de la cerámica, de algunas
placas de terracota y, sobre todo, de las cámaras sepulcrales. Que se sepa se han loca
lizado unas ciento noventa tumbas con pinturas murales y otro centenar con deco
ración pictórica simple. Hay que señalar que muchísimas otras se han destruido o
perdido para siempre debido a diferentes circunstancias. Tan sólo una mínima parte
de la pintura etrusca —cuyo estado de conservación es muy diferenciado— ha sido
trasladada a museos.
Por otra parte, no se puede cuantificar ni hacer evaluaciones de calidad sobre las
pinturas que, sin duda, hubieron de adornar los muros de los templos, de los pala
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