Page 33 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
P. 33

ber cuál de ellas se quedaría en el país y cuál saldría fiiera. Él mismo se puso al fren­
                te de los que se quedaban y nombró jefe de los que debían emigrar a su hijo, que
                llevaba el nombre de Tirreno. Estos últimos bajaron a Esmirna, construyeron allí sus
                naves y embarcando en ellas sus alhajas y muebles transportables, navegaron en bus­
                ca de sustento y morada, hasta que pasando por varios países llegaron al de los um­
                bros,  donde fundaron sus  ciudades  en las cuales habitaron después. Allí los lidios
                abandonaron su antiguo nombre y tomaron otro derivado del que tenía su conduc­
                tor, llamándose en consecuencia tirrenos.

            Otro autor, Helánico de Lesbos, contemporáneo de Heródoto, sostuvo también
        esta tradición en su obra Phoronis, aun cuando identificó a los tirrenos —esto es, a los
        etruscos— con los  misteriosos pelasgos  (una  antigua población desplazada por las
        migraciones griegas a través del mar Egeo) como un solo pueblo.
           He  aquí  el párrafo  de Helánico  en versión  de  Dionisio  de  Halicarnaso  (Ant.
        rom.,  I, 28):

                   Helánico de Lesbos dice que los tirrenos, llamados antes pelasgos, recibieron el
                nombre que ahora tienen después de asentarse en Italia. En la «Forónide», sus pala­
                bras son las siguientes: de Pelasgo, su rey, y de Menipa, la hija de Peneo, nació Frás-
                tor; de éste, Amíntor. Hijo de Amíntor fue Teutámides y de este último nació Na­
                nas. Durante su reinado los pelasgos fueron expulsados de su país por los griegos y
                habiendo dejado sus barcos en el río Espines en el golfo Jónico, tomaron Crotona,
                una ciudad  del interior;  a partir de  allí,  colonizaron el  territorio  llamado  ahora
                Tirrenia.

           El historiador griego Antíclides, que vivió a mitad del siglo rv a.C., de quien han
        llegado  algunos fragmentos de sus  obras,  habla de una inmigración del príncipe
        Tirreno con los pelasgos, quienes, tras haber colonizado las islas egeas de Lemnos e
        Imbros, habían pasado con tal príncipe lidio a Italia.
           Estrabón (V, 2), recogiendo las palabras del precitado Antíclides, dice al respecto:
        «Antíclides  asegura  que  [los  pelasgos]  fundaron  los  primeros  establecimientos  de
        Lemnos e Imbros y que incluso algunos de ellos habían participado junto a Tirseno,
        hijo de Atys, en la expedición a Italia».
           La mayoría de los autores clásicos no dudaron en aceptar el origen asiático de los
        etruscos.  De  los  que  se  sumaron  a tal  hipótesis,  tan  sólo  recogemos  aquí,  entre
        los  griegos,  a Diodoro de Sicilia, Timeo, Licofrón, Apiano, Estrabón y Plutarco.  Es
        interesante destacar que Licofrón,  autor alejandrino del siglo m a.C.,  en su poema
        erudito Alexandra (w.  1245-1249)  aludía  a la leyenda de  los  hijos  de Telefo,  Tar­
        chon y Tyrrhenos, encontrados por Eneas en suelo itálico. Y entre los latinos, a los
        poetas Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio, Silio Itálico y Estacio, sin olvidar a los pro­
        sistas Cicerón, Trogo Pompeyo, Veleyo Patérculo, Séneca —cuya afirmación gené­
        rica de  Tuscos Asia sibi vindicat resumía el origen oriental de los etruscos—, Plinio
        el Viejo y Tácito. Tito Livio (V, 33) admitía implícitamente la llegada de los etruscos
        al mar Tirreno.
           La teoría oriental, que ha tenido y sigue teniendo muchos seguidores, cuenta a su
        favor con numerosos argumentos, algunos muy sólidos: coincidencia de la historio­
        grafía en hacer a los etruscos de origen lidio, presencia ininterrumpida de la «cultura
        orientalizante» en Etruria a partir del siglo v iii a.C., caracterizada, entre otros aspec­
        tos,  por la práctica  de  la inhumación de los  cadáveres,  costumbre  durante  mucho
        tiempo seguida por algunos pueblos de Oriente, frente a la tradicional forma de in­

                                                                             39
   28   29   30   31   32   33   34   35   36   37   38