Page 43 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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En cualquier caso, lo orientalizante desplazó las estructuras protohistóricas villa­
        novianas y fue elemento básico y definitivo en el nacimiento de lo que podríamos
        llamar identidad etrusca, que no llegó a cristalizar en verdadera «nación», dadas las di­
        ferencias regionales, pero que sí se supo dotar de una Confederación, si bien restrin­
        gida,  de  ciudades-Estado  y  organizarse  institucionalmente  en  monarquías  locales,
        controladas por reyes (lucumones).
           A partir del siglo vil a.C., los etruscos se extendieron prácticamente por toda Ita­
        lia, sin apenas emplear aguerridas campañas militares, sino acudiendo a métodos co­
        loniales —en una o varias fases—, llevando así a los nuevos territorios su superior ci­
        vilización.
           Fue la época de Arimnesto, rey tirreno, recordado por Pausanias (V, 12), y del míti­
        co Tarconte, quien por encargo de Tirreno, no se sabe si su padre o su hermano, habría
        fundado las doce ciudades de Etruria, además de haber recibido la verdad revelada.
           El período orientalizante finalizó con la batalla de Alalia (en torno al 540 a.C.),
        en la que las flotas etrusca y cartaginesa derrotaron a la de los focenses, según se sabe
        por Heródoto (I,  165-167), batalla que tuvo un profundo eco en todo el ámbito del
        Mediterráneo. La isla de Córcega, ocupada a continuación por los etruscos, conoció
        diferentes  asentamientos,  entre  ellos,  una  nueva  colonia  de  notable  importancia.
        Diodoro de Sicilia (V, 13) la recuerda con el nombre de Nikaia (Nicea), quizá erigida
        en el lugar del asentamiento fócense de Alalia.


        La  d in a s t ía  d e  l o s  T a r q u in io s

           Aunque la moderna historiografía no admite una fundación etrusco ritu de Roma,
        enclave  asentado —como  se  sabe— en  la región  del Lacio Antiguo,  es  indudable
        que, ya, a finales del siglo vil a.C., contó con la presencia de etruscos, según ha de­
        mostrado algún material arqueológico (especialmente, un fragmento de inscripción
        etrusca incisa sobre un leoncito de marfil, y tres vasos de bucchero con sendas inscrip­
        ciones, hallados en el Foro Boario, en el Capitolio y en el Palatino), así como la exis­
        tencia de un antiquísimo barrio etrusco (vicus Tuscus), asentado en su perímetro urba­
        no, entre el Palatino y el Velabro, presencia que contó con el respaldo de la tradición
        histórica (Varrón).
           Incluso  se  admite —y con  ello  se  acepta lo  dicho por el gramático  latino  Ser­
        vio— que Roma llegó a ser conquistada por los etruscos, los cuales lograron instau­
        rar una dinastía propia, formada por tres reyes (Tarquinio Prisco, Servio Tulio y Tar­
        quinio el Soberbio), dinastía que había sido capaz de desplazar a la primitiva monar­
        quía latino-sabina.
           Si bien la existencia de una monarquía primitiva romana ha sido puesta en duda
        por diferentes autores, no es menos cierto que otros la aceptan, dando a los mitos y
        leyendas —muy numerosas— sobre los  orígenes  de Roma el carácter de veracidad
        histórica, considerando totalmente fiable la ambientación en que fue ubicada (E. Pe-
        ruzzi). En cualquier caso, tales mitos y leyendas se acomodaron siempre a la ideolo­
        gía romana, que una y otra vez deseó vincular su pasado al mundo griego y desetrus-
        quizar su propia historia.
           De acuerdo con los analistas romanos, el período regio en Roma se extendió cro­
        nológicamente desde el año 753 al 509 a.C. y estuvo gobernado por siete reyes: cua­
        tro de origen latino-sabino (Rómulo, Numa Pompilio, Tulo Hostilio y Anco Marcio)

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