Page 126 - ¿Y si quedamos como amigos?
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          mesa de la cocina. Estaban mirando una hoja de papel.

             —Oh —mi mamá se sobresaltó—. ¿Qué haces en casa tan pronto?
             Los miré por turnos. Allí pasaba algo raro.
             —¿Macallan está bien?

             Mi mamá lanzó al señor Dietz una mirada nerviosa. Él se levantó.
             —Sí, sí, está muy bien. Es que pasaba por aquí…
             Agarró  la  hoja  de  la  mesa  aparentando  indiferencia,  pero  el  gesto  no  me  pasó
          desapercibido.
             —¿Qué es eso?

             Señalé el papel que el padre de Macallan tenía en la mano.
             —Oh,  bueno…  —intercambiaron  otra  mirada  nerviosa—.  Le  pedí  a  tu  mamá  su
          opinión sobre un platillo que le quiero preparar a Macallan para su cumpleaños.

             No sé por qué, pero no me lo creí.
             —¿De verdad? ¿Puedo verlo?
             —El señor Dietz ya se iba —intervino mi mamá justo cuando la luz de la cafetera
          indicaba que el café estaba listo.  Mi mamá nunca preparaba café sólo para ella.  Lo
          hacía únicamente cuando tenía invitados.

             —Sí —se excusó él—.  Me escapé un momento del trabajo. ¿Sabes,  Levi?, quiero
          sorprender a Macallan, así que te agradecería que no le dijeras que estuve aquí.
             No  me  gustaba  la  idea  de  engañar  a  Macallan,  especialmente  en  aquella  fase  tan

          delicada  de  nuestra  relación.  Sin  embargo,  entre  lo  rara  que  estaba  mi  amiga  y  el
          encuentro secreto de nuestros padres, no pude sino pensar que había gato encerrado.
             Todo era muy misterioso. Y yo no estaba de humor para misterios.

          La semana siguiente, mi mamá y el señor Dietz hablaron varias veces por teléfono. No
          lo sé porque mi mamá me lo dijera, tuve que revisar sus llamadas a escondidas.

             Supuse que  Macallan sabría algo al respecto.  El sábado anterior al primer día de
          clases,  pasé  por  su  casa.  Normalmente  me  limitaba  a  entrar,  pero  como  Macallan
          parecía tan incómoda en mi presencia últimamente, llamé a la puerta.

             —Oh, hola.
             Advertí al instante que Macallan no tenía ganas de verme. Sin duda pasaba algo. Y
          no me marcharía de allí hasta sacarle la verdad.
             Entramos en la cocina. Había harina y una bola de masa sobre el mármol.
             —Estoy preparando pasta —dijo, y se puso a amasar.

             En  circunstancias  normales,  me  habría  invitado  a  cenar.  Siempre  lo  hacía.  Sin
          embargo, no me había invitado ni una sola vez desde su regreso. La única vez que nos
          habíamos  sentado  a  comer  juntos  fue  la  noche  de  su  llegada,  aparte  de  las  cenas

          familiares que compartíamos cada domingo. La idea de tener que cenar en su casa al


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