Page 127 - ¿Y si quedamos como amigos?
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día siguiente me puso nervioso. Había interrogantes sin resolver.
Decidí agarrar el toro por los cuernos.
—¿Me estás ocultando algo?
Macallan se quedó de piedra. Atiné.
—¿De qué estás hablando?
Añadió harina a la masa y se dio media vuelta para que no pudiera verle la cara.
—Tengo la sensación de que te pasa algo. Estás haciendo eso que haces siempre.
Ella se hizo la despistada.
—¿Cocinar? Sí, eso es lo que estoy haciendo, Levi. ¿Por qué no llamas a la policía?
Se rio, pero fue una risa forzada, casi calculada. Se moría por cambiar de tema.
Por desgracia para ella, yo no pensaba dejar que se saliera con la suya.
Se me había agotado la paciencia.
—Vamos, Macallan. No soy idiota. Últimamente estás muy esquiva. Nuestros padres
siempre están cuchicheando. ¿Y de qué iban hablar si no fuera de nosotros?
—No sé. Son amigos. ¿Desde cuándo los amigos no pueden mantener una
conversación? Deja de imaginar teorías de conspiración. Los amigos platican a
menudo.
—Sí, los amigos conversan, pero tú y yo apenas intercambiamos palabra —ella no
me hizo caso y siguió extendiendo la masa—. ¿Puedes parar un momento, sentarte y
hablar conmigo? ¿Por favor?
Separé una silla para que se acomodara a mi lado.
Macallan se sentó con una jerga en la mano. Metódicamente, se retiró la harina de los
dedos, sin mirarme a los ojos.
—Macallan, ¿harías el favor de decirme lo que está pasando? Desde que regresaste,
te comportas de un modo extraño, como si te sintieras incómoda conmigo.
Me miró por fin. Parecía asustada.
—Es que… en Irlanda tuve mucho tiempo para pensar. Y siento que, desde mi
regreso, las cosas son distintas. Yo soy distinta. Verás, supongo que… —se miró los
pies—. Levi, últimamente nuestra amistad no ha pasado por su mejor momento y no
quiero añadir más tensión, en serio. ¿Podemos dejar esto para más adelante? Por favor.
Quería darle algo de tiempo, pero ¿acaso no bastaban las ocho semanas que había
pasado en el extranjero? Me sentía frustrado a más no poder. Siempre había sido
sincero con Macallan, pero tenía la sensación de que ella me estaba mintiendo. Otra
vez.
Me preocupaba mucho por los sentimientos de Macallan, pero ¿qué pasaba con los
míos? Cuando se había marchado, yo me había quedado hecho polvo. Aun así, había
intentado darle todo lo que me pedía —tiempo, atención—, pero a ella no le bastaba.
Esta vez, sin embargo, yo no tenía la culpa de nada. Fue ella la que se marchó. Y era
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