Page 134 - ¿Y si quedamos como amigos?
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vez, pero como ni siquiera me habían informado de que iba a una fiesta, supuse que, por
una vez, podía saltarme el protocolo.
Desenvolví la caja despacio. Dentro había una cadenita de plata con un delicado
colgante en forma de flor.
—Te quedará bien con todo —me aseguró Emily.
—Muchas gracias.
Emily sabía que se me da fatal escoger accesorios; no heredé ese gen. Desabroché la
cadena y me la puse alrededor del cuello.
—Espera, yo te ayudo —me sujeté la melena mientras Emily prendía el seguro. El
colgante se alojó justo en el centro del escote redondo que yo llevaba—. ¡Perfecto! —
declaró ella.
Le dediqué una sonrisa agradecida. Aunque ya no fuéramos amigas, seguía cuidando
de mi feminidad.
Nos miramos sin que ninguna de las dos supiera qué hacer a continuación. Qué raro,
estar delante de la que había sido mi mejor amiga durante casi una década y no tener
nada que decirle. Me pregunté, sin poder evitarlo, cómo nos sentiríamos Levi y yo
dentro de un tiempo. Ya ni siquiera nos dirigíamos la palabra.
Miré en su dirección y lo vi riendo con sus cuates. A mí no me molestaba que tuviera
amigos. Estaba enojada porque me había llenado la cabeza de fantasías románticas y
luego me las había arrebatado de repente. Sólo quería evitar que me hicieran daño; era
un reflejo automático. Sin embargo, le había hecho un sitio como amigo, luego como
amigo íntimo. Para cuando aterricé en Chicago, estaba dispuesta a dejarle entrar en mi
corazón. A amarlo como creía que él me amaba.
Y él me había dejado con las ganas. Durante aquellos primeros días, fue una tortura
estar cerca de él siquiera.
Devolví la atención a la fiesta. A un extremo de la sala, nuestros padres pedían la
atención de todo el mundo. Me invadió el pánico, porque sabía que algo vergonzoso
estaba a punto de suceder.
—¡Muy bien, atención todo el mundo! —mi papá daba golpecitos a una copa con un
tenedor. El agudo silbido del tío Adam silenció a los invitados—. Muchas gracias por
haber venido esta noche. Y por guardar nuestro pequeño secreto —sonaron unas
cuantas risas entre el público—. ¿Pueden acercarse los festejados?
Levi y yo acudimos desde extremos opuestos de la sala. El público nos recibió con
aplausos discretos y algunos abucheos por parte del grupo de deportistas.
La señora Rodgers no cabía en sí de alegría.
—Estaba convencida de que Levi se olía algo. No paraba de hacer preguntas y de
husmear.
—Lo cual siempre es motivo de preocupación —intervino el señor Rodgers a la vez
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