Page 138 - ¿Y si quedamos como amigos?
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alegrarme por él, tenía que afrontar la verdad.
En aquel momento, supe que lo había perdido para siempre.
Es sorprendente hasta qué punto ganar un partido puede alimentar la autoconfianza de
una persona. O su ego.
Después del partido, le envié a Levi un mensaje para felicitarlo. No me respondió.
Lo vi en el estacionamiento de la escuela el lunes siguiente por la mañana y lo saludé
de lejos, pero él estaba demasiado ocupado haciéndose el mamón como para reparar en
mí.
En el colegio, no se hablaba de otra cosa, como si fuera la primera vez que
ganábamos un partido. Por lo visto, nadie se acordaba de que nuestro equipo había
jugado fatal durante los primeros tres cuartos de ese juego. Parecía que lo único que
importaba eran los últimos veinte segundos. Si aquella jugada se hubiera producido dos
minutos antes, ya la habríamos olvidado.
Y sí, mi actitud era horrible. Una buena amiga se habría alegrado más por Levi, pero
¿acaso seguíamos siendo amigos? Llevábamos semanas sin intercambiar palabra.
Teníamos personas más importantes (que no mejores) con las que pasar el rato.
Mi enojo alcanzó su máximo apogeo el día que doblé en un pasillo para dirigirme al
salón de inglés y lo vi caminando con Tim y Keith. Llevaban puestas las chamarras de
futbol americano, con la mangas blancas, y recorrían los pasillos con ese atlético aire
de superioridad que nunca he acabado de entender. El hecho de que seas capaz de
lanzar un balón, patearlo o hacer algo medianamente bien con él, ¿te convierte
automáticamente en un héroe? Los músicos de la banda, por más talento musical que
tuvieran, no iban por ahí como si todos tuviéramos que hacerles reverencias.
Me recordé a mí misma que sólo unos cuantos de aquellos chicos conseguirían entrar
en un equipo universitario, y que el porcentaje de los que acabarían por convertirse en
ególatras atletas profesionales era aún menor; eso si alguno lo lograba. Dentro de
veinte años, Keith probablemente sería un calvo obeso que viviría para recordar sus
glorias pasadas como futbolista juvenil.
Yo quería creer —o al menos así lo esperaba— que aún tenía mucho por vivir. Me
parecía deprimente pensar que algún día recordaría los años de la secundaria como la
mejor época de mi vida.
—Eh, Macallan —canturreó Keith.
Hice una mueca cuando me crucé con él.
—Uy, me parece que alguien está en esos días del mes —se burló Keith—. Debes de
tenerlos marcados en el calendario, ¿no, California? No creo que te guste estar cerca
cuando le baja.
En primer lugar, puaj. En segundo, ¿no se le ocurría nada mejor para explicar el
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