Page 141 - ¿Y si quedamos como amigos?
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ninguna explicación. Muchas otras veces sacaba fuerzas de la flaqueza. A menudo
conseguía fingir que todo iba bien.
Hay ocasiones, sin embargo, en que una chica necesita a su madre.
Esperé en la oficina de la directora durante lo que me pareció una eternidad. Tuve todo
ese tiempo para replantear mi comportamiento. Recordé que una vez, cuando iba a
primero, me enojé con un niño de cuarto que siempre me molestaba durante el recreo.
Me insultaba y a veces me tiraba palos.
Por fin se lo conté a mi mamá. Le dije que lo odiaba y que la próxima vez le daría un
puñetazo en la cara.
Mi mamá me respondió que no debía golpear a nadie, porque la violencia nunca es la
solución. Cuando le pegas a alguien, le estás demostrando que te importa lo que opina
de ti. Y que no debía darle tanto poder a nadie.
Sin embargo, no era con Keith con quien estaba enfadada. No era él quien me
importaba.
La puerta se abrió por fin y apareció mi papá. Me sentí enormemente culpable de
haberle obligado a acudir al colegio. No quería ser la causa de una de esas horribles
llamadas.
—Eh, Calley —me dijo con suavidad. Sólo me llamaba así cuando estaba
preocupado por su “hijita”.
La directora Boockmeier le pidió por gestos que se sentara. Yo no podía ni mirar a
mi papá de tanto que me horrorizaba mi propio comportamiento.
—Bueno, informé a tu papá de lo sucedido. Parece ser que la versión de Levi y la de
Tim coinciden. El relato de Keith ha sido más dramático —la directora Boockmeier
frunció los labios como si se aguantara la risa—. Aunque entiendo que te provocó lo
que te dijo Keith, por desafortunado que fuera, no justifica tu reacción. Nuestra política
en relación con cualquier tipo de violencia es muy estricta, y tú lo golpeaste. Quedas
expulsada el resto de la semana y tendrás que quedarte después de las clases durante
dos semanas más. Si no se producen más incidentes, no mencionaremos esto en tu
expediente.
Estaba tan sorprendida como aliviada. Era la semana de Acción de Gracias, así que
sólo faltaría dos días a la escuela. Y, con un poco de suerte, mi expediente no se
echaría a perder.
Me levanté rápidamente y seguí a mi papá al exterior. Él guardó silencio durante
todo el trayecto de regreso a casa. Yo me miraba la mano derecha. La tenía hinchada y
algo enrojecida.
El coche se detuvo y mi papá apagó el motor. Alcé la vista y descubrí que estábamos
en el estacionamiento de Culver’s.
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