Page 140 - ¿Y si quedamos como amigos?
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          medio paso. Luego se rio. Lo cual me enfureció aún más.

             —Macallan —Levi me agarró del brazo—. Tranquilízate.
             Le di un empujón.
             —No. No voy a tranquilizarme. ¿Y tú te vas a quedar ahí como si nada mientras éste

          se burla de mi tío que, por cierto, te tiene mucho cariño? ¿Que es incapaz de decir nada
          malo  de  nadie?  ¿Que  desde  luego  nunca  sería  tan  cruel  como  para  mofarse  de  otra
          persona?
             Se me había quebrado la voz. Noté que me empezaba a temblar todo el cuerpo.
             —Por  Dios  —Keith  parecía  impresionado—.  Perdona,  Macallan.  Pensaba  que

          sabías aguantar las bromas.
             —¿Te parece chistoso? —le espeté con desprecio. No quería llorar delante de Keith.
          No podía dejar que supiera hasta qué punto me habían afectado sus palabras—. Eres

          patético. Me muero por verte dentro de diez años, cuando te enfrentes a la realidad de
          la vida más allá de estas cuatro paredes.
             Adoptó una expresión tan despectiva como mi tono de voz.
             —Te crees muy dura, ¿verdad? Vas por ahí como si fueras superior al resto de la
          humanidad. Pero te diré una cosa. Sólo porque tu madre haya muerto no tienes derecho

          a portarte como una zorra.
             Un coraje indescriptible, que llevaba años sin sentir, se apoderó de mí. Aunque me
          daba  cuenta  de  que  Keith  ya  se  estaba  arrepintiendo  de  lo  que  había  dicho,  era

          demasiado tarde. Que dijera lo que quisiera de mí, pero ¿cómo se atrevía a nombrar a
          mi mamá?
             Quería cerrarle la boca. Y lo hice del único modo que sabía.
             No tuvo la misma suerte que Levi. No lo besé.
             Cerré el puño y se lo estampé en la boca.

             Keith, el superatleta, cayó de nalgas.
             Me erguí sobre él.
             —Como vuelvas a decir una sola palabra sobre mí o mi familia, no seré tan delicada.

             Me di media vuelta y choqué con el señor Matthews, el maestro de educación física.
             —Señorita Dietz, tendrá que acompañarme a mi oficina, y eso va por los caballeros
          también.
             —¡Fue ella! —gritó Keith.
             —Ya basta, señor Simon —el señor Matthews se interpuso entre ambos—. No crea

          que no oí lo que le dijo.
             Los cuatro seguimos al maestro a su oficina. Nos llevaron a dos salas distintas. Sabía
          que me había metido en un buen lío. Era consciente de que mi impecable expediente

          académico corría peligro. Pero me daba igual. Estaba furiosa. Enojada con el mundo.
          ¿Y cómo no estarlo? Me habían arrebatado a la persona más importante de mi vida sin


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