Page 92 - ¿Y si quedamos como amigos?
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Me palmeó la espalda.
Ian y yo nos habíamos declarado una especie de tregua tras el incidente del
semiengaño. Yo estaba más molesto con él por lo que le había hecho a Macallan que
por mí, aunque ella no parecía tan enojada como lo habría estado yo en su lugar. No
obstante, supongo que cuando has pasado por cosas tan terribles como ella, cortar con
tu novio de la secundaria no te parece una tragedia.
—¡Branigan, Rodgers, buen trabajo! —nos gritó el entrenador Scharfenberg cuando
nos dirigimos despacio adonde estaba el resto del equipo.
Los entrenadores y los jueces pasaron unos minutos revisando los tiempos oficiales.
—Oye, ¿vienes cuando acabemos? —me preguntó Ian.
—Claro.
Los chicos del equipo de atletismo siempre salían después de las competiciones. La
fiesta solía incluir mucha comida y bebida energizante.
—¡Estuviste brutal! —Andy me tendió una botella de agua.
—Gracias, tú corriste muy bien los doscientos.
—Ya lo creo —Tim se acercó y le dio unas palmadas a Andy en la espalda—.
Aunque, digámoslo claro, yo brillé en los relevos. Como siempre.
Por fin tenía amigos. O sea, camaradas, colegas de verdad. En cuanto me admitieron
en el equipo de atletismo (fui el único de segundo que lo consiguió), empecé a
congeniar con Tim y Andy, ambos de tercero. Eran buenos tipos, de ésos que te apoyan
en todo. Sólo tenía que tomármelo con calma y procurar no dar saltos de alegría cuando
me invitaban a salir con ellos.
Había tenido que cancelar los planes con Macallan unas cuantas veces, pero sabía
que ella se alegraba por mí. Además, Macallan siempre lo planea todo con mucha
antelación, mientras que los chicos tienden a improvisar.
Me quedé mirando el marcador, ansioso por ver los tiempos. Y sí, había ido de
pelos.
Ian me había ganado por una décima de segundo.
Una décima.
En cierto sentido, preferiría haber perdido por un segundo. Cuando perdía por tan
poco, empezaba a obsesionarme. No creía que pudiera hacerlo mejor, pero, por otra
parte, no podía evitar pensar que, si me esforzaba un poco más, si corría sólo dos
décimas más deprisa, ganaría.
—¡Bien hecho, hermano! —Ian me palmeó la espalda.
—Felicidades… te lo mereces.
Me acerqué al lugar donde Macallan y Danielle me estaban esperando.
—¡Eh! —intenté sonreír.
—¡Estuviste genial! —exclamó Macallan, y me dio un gran abrazo.
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