Page 113 - El Retorno del Rey
P. 113

Las primeras filas hicieron alto, y mientras las que venían detrás atravesaban
      el  paso  del  Pedregal  de  las  Carretas,  se  desplegaron  para  acampar  bajo  los
      árboles grises. El rey convocó a consejo a los capitanes. Éomer envió batidores a
      vigilar el camino, pero el viejo Ghân movió la cabeza.
        —Inútil mandar hombres-a-caballo —dijo—. Los Hombres Salvajes ya han
      visto  todo  lo  que  es  posible  ver  en  este  aire  malo.  Pronto  vendrán  a  hablar
      conmigo.
        Los capitanes se reunieron; y de entre los árboles salieron con cautela otros
      hombres-púkel,  tan  parecidos  al  viejo  Ghân  que  Merry  no  hubiera  podido
      distinguir entre ellos. Hablaron con Ghân en una lengua extraña y gutural.
        Pronto Ghân se volvió al rey.
        —Los  Hombres  Salvajes  dicen  muchas  cosas  —anunció—.  Primero:  ¡sed
      cautelosos! Todavía hay muchos hombres acampando del otro lado de Dîn, a una
      hora de marcha, por allí. —Agitó el brazo señalando el oeste, las negras colinas
      —. Pero ninguno a la vista de aquí a los muros nuevos de Gente-de-Piedra. Allí
      hay muchos y muy atareados. Los muros ya no resisten: los gorgûn los derriban
      con  trueno  de  tierra  y  mazas  de  hierro  negro.  Son  imprudentes  y  no  miran
      alrededor. Creen que sus amigos vigilan todos los caminos. —Y al decir esto soltó
      un extraño gorgoteo, que bien podía parecer una carcajada.
        —¡Buenas  noticias!  —exclamó  Éomer—.  Aun  en  esta  oscuridad  brilla  de
      nuevo una luz de esperanza. Más de una vez los artilugios del enemigo nos han
      favorecido. La maldita oscuridad puede ser para nosotros un manto protector. Y
      ahora,  encarnizados  como  están  en  la  destrucción  de  Gondor,  decididos  a  no
      dejar piedra sobre piedra, los orcos me han librado del mayor de mis temores. El
      muro exterior habría resistido largo tiempo a nuestros embates. Ahora podremos
      atravesarlo como un trueno… si llegamos a él.
        —Gracias otra vez, Ghân-buri-Ghân del bosque —dijo Théoden—. ¡Que la
      fortuna te sea propicia en recompensa por las noticias y la ayuda que nos has
      traído!
        —¡Matad gorgûn! ¡Matad orcos! Los Hombres Salvajes no conocen palabras
      más placenteras —le respondió Ghân—. ¡Ahuyentad el aire malo y la oscuridad
      con el hierro brillante!
        —Para  eso  hemos  venido  desde  muy  lejos  —dijo  el  rey—,  y  lo
      intentaremos. Pero lo que consigamos, sólo mañana se verá.
        Ghân-buri-Ghân  se  inclinó  hasta  tocar  el  suelo  con  la  frente  en  señal  de
      despedida. Luego se levantó como si se dispusiera a marcharse. Pero de pronto
      se quedó quieto con la cabeza levantada, como un animal del bosque que husmea
      un olor extraño. Un resplandor le iluminó los ojos.
        —¡El  viento  está  cambiando!  —gritó,  y  con  estas  palabras,  como  en  un
      parpadeo, él y sus compañeros desaparecieron en las tinieblas, y los hombres de
   108   109   110   111   112   113   114   115   116   117   118