Page 112 - El Retorno del Rey
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Salvaje puede caminar de aquí a Dîn entre la salida del sol y mediodía.
        —Entonces hemos de estimar por lo menos siete horas para las primeras filas
      —dijo  Éomer—;  pero  más  vale  contar  unas  diez  en  total.  Algo  imprevisible
      podría retrasarnos, y si el ejército tiene que avanzar en filas, necesitaremos un
      tiempo para reordenarlo al salir de las lomas. ¿Qué hora es?
        —¿Quién puede saberlo? —dijo Théoden—. Todo es noche ahora.
        —Todo está oscuro, pero no todo es noche —dijo Ghân—. Cuando el sol se
      levanta nosotros lo sentimos, aunque esté escondido. Ya trepa sobre las montañas
      del este. Se abre el día en los campos del cielo.
        —Entonces tenemos que partir cuanto antes —dijo Éomer—. Aun así, no hay
      esperanzas de que lleguemos hoy a socorrer a Gondor.
      Sin esperar a oír más, Merry se escurrió, y fue a prepararse para la orden de
      partida.  Esta  era  la  última  jornada  anterior  a  la  batalla.  Y  aunque  le  parecía
      improbable que muchos pudieran sobrevivir, pensó en Pippin y en las llamas de
      Minas Tirith, y sofocó sus propios temores.
        Todo anduvo bien aquel día, y no vieron ni oyeron ninguna señal de que el
      enemigo estuviese al acecho con una celada. Los Hombres Salvajes pusieron una
      cortina  de  cazadores  alertas  y  avispados  alrededor  del  ejército,  a  fin  de  que
      ningún orco o espía merodeador pudiese conocer los movimientos en las lomas.
      Cuando  empezaron  a  acercarse  a  la  ciudad  sitiada,  la  luz  era  más  débil  que
      nunca, y las largas columnas de jinetes pasaban como sombras de hombres y de
      caballos.  Cada  una  de  las  compañías  de  los  Rohirrim  llevaba  como  guía  un
      Hombre Salvaje de los Bosques; pero el viejo Ghân caminaba a la par del rey.
      La partida había sido más lenta de lo previsto, pues los jinetes, a pie y llevando
      los caballos por la brida, habían tardado algún tiempo en abrirse camino en la
      espesura de las lomas y en descender al escondido Pedregal de las Carretas. Era
      ya entrada la tarde cuando la vanguardia llegó a los vastos boscajes grises que se
      extendían  más  allá  de  la  ladera  oriental  del  Amon  Dîn,  enmascarando  una
      amplia abertura en la cadena de cerros que desde Nardol a Dîn corría hacia el
      este y el oeste. Por ese paso descendía en tiempos lejanos la carretera olvidada
      que atravesando Anórien volvía a unirse al camino principal para cabalgaduras;
      pero  a  lo  largo  de  numerosas  generaciones  de  hombres,  los  árboles  habían
      crecido  allí,  y  ahora  yacía  sumergida,  enterrada  bajo  el  follaje  de  años
      innumerables. En realidad, la espesura ofrecía a los Rohirrim un último reparo
      antes que salieran a cara descubierta al fragor de la batalla: pues delante de ellos
      se extendían el camino y las llanuras del Anduin, en tanto que en el este y el sur
      las pendientes eran desnudas y rocosas, y se apeñuscaban y trepaban, bastión
      sobre bastión, para unirse a la imponente masa montañosa y a las estribaciones
      del Mindolluin.
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