Page 107 - El Retorno del Rey
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La Cabalgata de los Rohirrim
Estaba oscuro y Merry, acostado en el suelo y envuelto en una manta, no veía
nada; sin embargo, aunque era una noche serena y sin viento, alrededor de él los
árboles suspiraban invisibles. Levantó la cabeza. Entonces lo volvió a escuchar:
un rumor semejante al redoble apagado de unos tambores en las colinas boscosas
y en las estribaciones de las montañas. El tamborileo cesaba de golpe para luego
recomenzar en algún otro punto, a veces más cercano, a veces más distante. Se
preguntó si lo habrían oído los centinelas.
No los veía, pero sabía que allí, muy cerca, alrededor de él estaban las
compañías de los Rohirrim. Le llegaba en la oscuridad el olor de los caballos, los
oía moverse, y escuchaba el ruido amortiguado de los cascos contra el suelo
cubierto de agujas de pino. El ejército acampaba esa noche en los frondosos
pinares de las laderas de Eilenach, que se erguía por encima de las largas lomas
del Bosque de Druadan al borde del gran camino en el Anórien oriental.
Cansado como estaba, Merry no conseguía dormir. Había cabalgado sin
pausa durante cuatro días, y la oscuridad siempre creciente empezaba a
oprimirle el corazón. Se preguntaba por qué había insistido tanto en venir, cuando
le habían ofrecido todas las excusas posibles, hasta una orden terminante del
Señor, para no acompañarlos. Se preguntaba además si el viejo rey estaría
enterado de su desobediencia, y si se habría enfadado. Tal vez no. Tenía la
impresión de que había una cierta connivencia entre Dernhelm y Elfhelm, el
mariscal que capitaneaba el éored en que cabalgaban ahora. Elfhelm y sus
hombres parecían ignorar la presencia del hobbit, y fingían no oírlo cada vez que
hablaba. Bien hubiera podido ser un bulto más del equipaje de Dernhelm. Pero
Dernhelm mismo no era un compañero de viaje reconfortante: jamás hablaba
con nadie y Merry se sentía solo, insignificante y superfluo. Eran horas de
apremio y ansiedad, y el ejército estaba en peligro. Se encontraban a menos de
un día de cabalgata de los burgos amurallados de Minas Tirith, y antes de seguir
avanzando habían enviado batidores en busca de noticias. Algunos no habían
vuelto. Otros regresaron a galope tendido, anunciando que el camino estaba
bloqueado. Un ejército del enemigo había acampado a tres millas al oeste de
Amon Dîn, y las fuerzas que ya avanzaban por la carretera estaban a no más de
tres leguas de distancia. Patrullas de orcos recorrían las colinas y los bosques de
alrededor. En el vivac de la noche el rey y Éomer celebraron consejo.
Merry tenía ganas de hablar con alguien, y pensó en Pippin. Pero esto lo puso
más intranquilo aún. Pobre Pippin, encerrado en la gran ciudad de piedra, solo y
asustado. Merry deseó ser un jinete alto como Éomer: entonces haría sonar un
cuerno, o algo, y partiría al galope a rescatar a su compañero. Se sentó, y
escuchó los tambores que volvían a redoblar, ahora cercanos. Por fin oyó voces,