Page 103 - El Retorno del Rey
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despavorido de la casa de los muertos. « ¡Pobre Faramir!» , pensó. « Tengo que
encontrar a Gandalf. ¡Pobre Faramir! Es muy probable que más necesite
medicinas que lágrimas. Oh, ¿dónde podré encontrar a Gandalf? En lo más
reñido de la batalla, supongo; y no tendrá tiempo para perder con moribundos o
con locos.»
Al llegar a la puerta se volvió a uno de los servidores que había quedado allí
de guardia.
—Vuestro amo no es dueño de sí mismo —dijo—. Actuad con lentitud. ¡No
traigáis fuego aquí mientras Faramir continúe con vida! ¡No hagáis nada hasta
que venga Gandalf!
—¿Quién es entonces el amo de Minas Tirith? —respondió el hombre—. ¿El
Señor Denethor o el Peregrino Gris?
—El Peregrino Gris o nadie, pareciera —dijo Pippin, y continuó trepando
rápidamente por el sendero tortuoso, y pasó delante del portero desconcertado, y
salió por la puerta, y siguió, hasta que llegó cerca de la puerta de la ciudadela.
El centinela lo llamó cuando pasaba, y Pippin reconoció la voz de Beregond.
—¿A dónde vas con tanta prisa, maese Peregrin?
—En busca de Mithrandir —respondió Pippin.
—Las misiones del Señor Denethor son urgentes, y no me corresponde a mí
retardarlas —dijo Beregond—; pero dime en seguida, si puedes: ¿qué está
pasando? ¿A dónde ha ido mi Señor? Acabo de tomar servicio, pero me han dicho
que lo vieron ir hacia la Puerta Cerrada, y que unos hombres marchaban delante
llevando a Faramir.
—Sí —dijo Pippin—, a la Calle del Silencio.
Beregond inclinó la cabeza sobre el pecho para esconder las lágrimas.
—Decían que estaba moribundo —suspiró—, y que ahora está muerto.
—No —dijo Pippin—, aún no. Y creo que todavía es posible evitar que
muera. Pero el Señor Denethor ha sucumbido antes que tomaran la ciudad,
Beregond. Desvaría, y es peligroso. —Habló brevemente de las palabras y las
actitudes extrañas de Denethor—. Necesito encontrar a Gandalf cuanto antes.
—En ese caso, tendrás que bajar hasta la batalla.
—Lo sé. El Señor me ha dado licencia. Pero, Beregond: si puedes, haz algo
para impedir que ocurran cosas terribles.
—El Señor no permite que quienes llevan la insignia de negro y plata
abandonen su puesto por ningún motivo, a menos que él mismo lo ordene.
—Pues bien, se trata de elegir entre las órdenes y la vida de Faramir —dijo
Pippin—. Y en cuanto a órdenes, creo que estás tratando con un loco, no con un
señor. Tengo prisa. Volveré, si puedo.
Partió a todo correr, bajando siempre, hacia la parte externa de la ciudad. Se
cruzaba en el camino con hombres que huían del incendio, y algunos, al
reconocer la librea del hobbit, volvían la cabeza y gritaban. Pero Pippin no les