Page 100 - El Retorno del Rey
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Unos hombres llamaron a la puerta reclamando la presencia del Señor de la
      Ciudad.
        —No, no bajaré —dijo Denethor—. Es aquí donde he de permanecer, junto a
      mi hijo. Tal vez hable aún, antes del fin, que ya está próximo. Seguid a quien
      queráis,  incluso  al  Loco  Gris,  por  más  que  su  esperanza  haya  fallado.  Yo  me
      quedaré aquí.

      Así fue cómo Gandalf tomó el mando en la defensa última de la ciudad. Y por
      donde  iba,  renacían  las  esperanzas  en  los  corazones  de  los  hombres,  y  nadie
      recordaba las sombras aladas. Infatigable, el mago cabalgaba desde la ciudadela
      hasta la Puerta, al pie del muro de norte a sur; y lo acompañaba el Príncipe de
      Dol Amroth, en brillante cota de malla. Pues él y sus caballeros se consideraban
      todavía  señores  de  la  auténtica  raza  de  Númenor.  Y  los  hombres  al  verlos
      murmuraban:
        —Tal vez dicen la verdad las antiguas leyendas: les corre sangre élfica por las
      venas, pues las gentes de Nimrodel habitaron aquellas tierras en tiempos remotos.
      —Y  de  pronto  alguno  entonaba  en  la  oscuridad  unas  estrofas  del  Lay  de
      Nimrodel, u otras baladas del Valle del Anduin de años desvanecidos.
        Sin embargo, en cuanto los caballeros se alejaban, las sombras se cerraban
      otra  vez,  los  corazones  se  helaban,  y  el  valor  de  Gondor  se  marchitaba  en
      cenizas. Y así pasaron lentamente de un oscuro día de miedos a las tinieblas de
      una  noche  desesperada.  Las  llamas  rugían  ahora  en  el  primer  círculo  de  la
      ciudad, cerrando la retirada en muchos sitios a la guarnición del muro exterior.
      Pero eran pocos los que permanecían en sus puestos: la mayoría había huido a
      refugiarse detrás de la segunda puerta.
        Lejos detrás de la batalla habían tendido un puente, y durante todo ese día
      nuevos refuerzos de tropas y pertrechos habían cruzado el río. Y por fin, en mitad
      de  la  noche,  lanzaron  el  ataque.  La  vanguardia  cruzó  las  trincheras  de  fuego
      siguiendo  unos  senderos  tortuosos,  disimulados  entre  las  llamas.  Y  avanzaban,
      avanzaban sin preocuparse por las bajas, agazapados y en grupos, al alcance de
      los arqueros. Pero en verdad, pocos quedaban allí para causarles grandes daños,
      aunque  la  luz  de  las  hogueras  mostraba  muchos  blancos  para  arqueros  de  la
      destreza  de  que  antaño  se  enorgulleciera  Gondor.  Entonces,  al  darse  cuenta
      presionó un poco más. Lentamente, las grandes torres de asedio construidas en
      Osgiliath avanzaron en las tinieblas.
      Otra  vez  subieron  a  la  cámara  de  la  Torre  Blanca  los  mensajeros,  y  como
      necesitaban  ver  con  urgencia  al  Señor  de  la  Ciudad,  Pippin  los  dejó  pasar.
      Denethor, que no apartaba los ojos del rostro de Faramir, volvió lentamente la
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