Page 96 - El Retorno del Rey
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en Sombragris, y resplandecía: una vez más sin velos, y de la mano alzada le
brotaba una luz.
Los Nazgûl chillaron y se alejaron rápidamente, pues no estaba todavía allí el
Capitán, para desafiar el fuego blanco de este enemigo. Tomadas por sorpresa
mientras corrían, las hordas de Morgul se desbandaron, dispersándose como
chispas al viento. La columna que se batía en retirada dio media vuelta y se lanzó
gritando contra el enemigo. Los perseguidos eran ahora perseguidores. La
retirada era ahora un ataque. El campo de batalla quedó cubierto de orcos y
hombres abatidos, y las antorchas, abandonadas en el suelo, crepitaban y se
extinguían en acres humaredas. Y la caballería continuó avanzando.
Sin embargo Denethor no les permitió ir muy lejos. Aunque habían jaqueado
al enemigo, por el momento obligándolo a replegarse, un torrente de refuerzos
avanzaba ya desde el este. La trompeta sonó otra vez: la señal de la retirada. La
caballería de Gondor se detuvo, y detrás las compañías de campaña volvieron a
formarse. Pronto regresaron marchando. Y entraron en la ciudad; pisando con
orgullo; y con orgullo los contemplaba la gente y los saludaba dando gritos de
alabanza, aunque todos estaban acongojados. Pues las compañías habían sido
diezmadas. Faramir había perdido un tercio de sus hombres. ¿Y dónde estaba
Faramir?
Fue el último en llegar. Ya todos sus hombres habían entrado. Ahora
regresaban los caballeros del cisne, seguidos por el estandarte de Dol Amroth, y
el príncipe. Y en los brazos del príncipe, sobre la cruz del caballo, el cuerpo de un
pariente, Faramir hijo de Denethor, recogido en el campo de batalla.
—¡Faramir! ¡Faramir! —gritaban los hombres, y lloraban por las calles. Pero
Faramir no les respondía, y a lo largo del camino sinuoso, lo llevaron a la
ciudadela, a su padre. En el momento mismo en que los Nazgûl huían del ataque
del Caballero Blanco, un dardo mortífero había alcanzado a Faramir, que tenía
acorralado a un jinete, uno de los campeones de Harad. Faramir se había caído
del caballo. Sólo la carga de Dol Amroth había conseguido salvarlo de las
espadas rojas de las tierras del Sur, que sin duda lo habrían atravesado mientras
yacía en el suelo.
El príncipe Imrahil llevó a Faramir a la Torre Blanca, y dijo:
—Tu hijo ha regresado, señor, después de grandes hazañas —y narró todo
cuanto había visto. Pero Denethor se puso de pie y miró el rostro de Faramir y no
dijo nada. Luego ordenó que preparasen un lecho en la estancia, y que acostaran
en él a Faramir, y que se retirasen. Pero él subió a solas a la cámara secreta bajo
la cúpula de la Torre; y muchos de los que en ese momento alzaron la mirada,
vieron brillar una luz pálida que vaciló un instante detrás de las ventanas
estrechas, y luego llameó y se apagó. Y cuando Denethor volvió a bajar, fue a la