Page 93 - El Retorno del Rey
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—En ese caso, allí me necesitan más que aquí —dijo Gandalf; e
inmediatamente partió al galope, y el resplandor blanco pronto se perdió de vista.
Y Pippin permaneció toda esa noche de pie sobre el muro, solo e insomne con la
mirada fija en el Este.
Apenas habían sonado las campanas anunciando el nuevo día, una burla en
aquella oscuridad sin tregua, cuando Pippin vio que unas llamas brotaban a lo
lejos, en los espacios indistintos en que se alzaban los muros del Pelennor. Los
centinelas gritaron con voz fuerte, y todos los hombres de la ciudad se pusieron
en pie de combate. De tanto en tanto se veía ahora un relámpago rojo, y unos
fragores sordos atravesaban lentamente el aire inmóvil y pesado.
—¡Han tomado el muro! —gritaron los hombres—. Están abriendo brechas.
¡Ya vienen!
—¿Dónde está Faramir? —gritó Beregond, aterrorizado—. ¡No me digáis que
ha caído!
Fue Gandalf quien trajo las primeras noticias. Llegó a media mañana con un
puñado de jinetes, escoltando una fila de carretas. Estaban cargadas de heridos,
todos aquellos que habían podido salvar del desastre de los Fuertes de la
Explanada. En seguida se presentó ante Denethor. El Señor de la Ciudad se
encontraba ahora en una cámara alta sobre el Salón de la Torre Blanca con
Pippin a su lado; y se asomaba a las ventanas oscuras abiertas al norte, al sur y al
este, como si quisiera hundir los ojos negros en las sombras del destino que ahora
lo cercaban. Miraba sobre todo hacia el norte, y por momentos se detenía a
escuchar, como si en virtud de alguna antigua magia alcanzase a oír el trueno de
los cascos en las llanuras distantes.
—¿Ha vuelto Faramir? —preguntó.
—No —dijo Gandalf—. Pero estaba todavía con vida cuando lo dejé.
Sin embargo parecía decidido a quedarse con la retaguardia, pues teme que
un repliegue a través del Pelennor pueda terminar en una fuga precipitada. Tal
vez consiga mantener unidos a sus hombres el tiempo suficiente, aunque lo dudo.
El enemigo es demasiado poderoso. Pues ha venido uno que yo temía.
—¿No… no el Señor Oscuro? —gritó Pippin aterrorizado, olvidando con quien
estaba.
Denethor rió amargamente.
—No, todavía no. ¡Maese Peregrin! No vendrá sino a triunfar sobre mí,
cuando todo esté perdido. Él utiliza otras armas. Es lo que hacen todos los grandes
señores, si son sabios, señor Mediano. ¿O por qué crees que permanezco aquí en
mi torre, meditando, observando y esperando, y hasta sacrificando a mis hijos?
Porque todavía soy capaz de esgrimir un arma.
Se levantó y se abrió bruscamente el largo manto negro, y he aquí que
debajo llevaba una cota de malla y ceñía una espada larga de gran empuñadura
en una vaina de plata y azabache.