Page 89 - El Retorno del Rey
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volvió a sentir la tensión entre las dos voluntades: pero ahora las miradas de los
adversarios le parecían las hojas de dos espadas centelleantes batiéndose de ojo a
ojo. Pippin se estremeció, temiendo algún golpe terrible. Pero de pronto
Denethor recobró la calma. Se encogió de hombros.
—¡Si yo hubiera! ¡Si yo hubiera! —exclamó—. Todas esas palabras, todos
esos si son vanos. Ahora va camino de la Sombra, y sólo el tiempo dirá lo que el
destino prepara, para el objeto, y para nosotros. En el plazo que aún queda, que
no será largo, que todos los que luchan contra el enemigo cada uno a su manera
se unan, y que conserven la esperanza mientras sea posible, y cuando ya no les
quede ninguna, que tengan al menos la entereza necesaria para morir libres. —Se
volvió a Faramir—. ¿Qué piensas de la guarnición de Osgiliath?
—No es fuerte —respondió Faramir—. Como os he dicho, he enviado allí la
compañía de Ithilien, para reforzarla.
—No creo que baste —dijo Denethor. Allí es donde caerá el primer golpe. Lo
que les hará falta es un capitán enérgico.
—A esa guarnición y a muchas otras —dijo Faramir, y suspiró—. ¡Ay, si
estuviera con vida mi pobre hermano; yo también lo amaba! —Se levantó—.
¿Puedo retirarme, padre? Y al decir esto se tambaleó, y tuvo que apoyarse en el
sillón de su padre.
—Estás fatigado, ya lo veo —dijo Denethor—. Has cabalgado mucho y lejos,
y bajo las sombras del mal en el aire, me han dicho.
—¡No hablemos de eso! dijo Faramir.
—No hablaremos, pues —dijo Denethor—. Ahora ve y descansa como
puedas. Las necesidades de mañana serán más duras.
Todos se despidieron entonces del Señor de la Ciudad para retirarse a descansar
mientras fuese posible. Fuera había una oscuridad negra y sin estrellas mientras
Gandalf se alejaba en compañía de Pippin que llevaba una pequeña antorcha.
Hasta que se encontraron a puertas cerradas no cambiaron una sola palabra.
Entonces Pippin tomó al fin la mano de Gandalf.
—Dime —preguntó—, ¿queda todavía alguna esperanza? Para Frodo, quiero
decir; o al menos sobre todo para Frodo. Gandalf posó la mano en la cabeza de
Pippin.
—Nunca hubo muchas esperanzas —respondió—. Nada más que esperanzas
desatinadas, me dijeron. Y cuando oí el nombre de Cirith Ungol… —Se
interrumpió y a grandes pasos caminó hasta la ventana como si pudiese ver del
otro lado de la noche, allá en el Este—. ¡Cirith Ungol! ¿Por qué ese camino, me
pregunto? —Se volvió—. En ese instante, Pippin, al oír ese nombre, mi corazón
estuvo a punto de desfallecer. Y a pesar de todo, Pippin, creo de verdad que en
las noticias que trajo Faramir hay alguna esperanza. Pues es evidente que el