Page 86 - El Retorno del Rey
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de un orden casi cotidiano, los episodios insignificantes de una guerra de fronteras
que ahora parecían vanos y triviales, sin grandeza ni gloria.
Entonces, de improviso, Faramir miró a Pippin.
—Pero ahora llegamos a la parte más extraña —dijo—. Porque éste no es el
primer mediano que veo salir de las leyendas del Norte para aparecer en las
Tierras del Sur.
Al oír esto Gandalf se irguió y se aferró a los brazos del sillón; pero no dijo
nada, y con una mirada detuvo la exclamación que estaba a punto de brotar de
los labios de Pippin. Denethor observó los rostros de todos y sacudió la cabeza,
como indicando que ya había adivinado mucho, aun antes de escuchar el relato
de Faramir. Lentamente, mientras los otros permanecían inmóviles y silenciosos,
Faramir narró su historia, casi sin apartar los ojos de Gandalf, aunque de tanto en
tanto miraba un instante a Pippin, como para refrescarse la memoria.
Cuando Faramir llegó a la parte del encuentro con Frodo y su sirviente, y
hubo narrado los sucesos de Hennet Annûn, Pippin notó que un temblor agitaba
las manos de Gandalf, aferradas como garras a la madera tallada. Blancas
parecían ahora, y muy viejas, y Pippin adivinó, con un sobresalto, que Gandalf,
el gran Gandalf, estaba inquieto, y que tenía miedo. En la estancia cerrada el aire
no se movía. Y cuando Faramir habló por fin de la despedida de los viajeros, y
de la resolución de los hobbits de ir a Cirith Ungol, la voz le flaqueó, y movió la
cabeza, y suspiró. Gandalf se levantó de un salto.
—¿Cirith Ungol, dijiste? ¿El Valle de Morgul? —preguntó—. ¿En qué
momento, Faramir, en qué momento? ¿Cuándo te separaste de ellos? ¿Cuándo
pensaban llegar a ese valle maldito?
—Nos separamos hace dos días, por la mañana —dijo Faramir—. Hay
quince leguas de allí al valle del Morgulduin, si siguieron en línea recta hacia el
sur; y hayan ido, no pueden haber llegado antes de hoy, y es posible que aún
estén en camino. En verdad, veo lo que temes. Pero la oscuridad no proviene de
la aventura de tus amigos. Comenzó ayer al caer la tarde, y ya anoche todo el
Ithilien estaba envuelto en sombras. Es evidente para mí que el enemigo
preparaba este ataque desde hace mucho tiempo, y que la hora ya había sido
fijada antes del momento en que me separé de los viajeros, dejándolos sin mi
custodia. Gandalf iba y venía con paso nervioso por la habitación.
—¡Anteayer por la mañana, casi tres días de viaje! ¿A qué distancia queda el
lugar en que os separasteis?
—Unas veinticinco leguas a vuelo de pájaro —respondió Faramir—. Pero me
fue imposible llegar antes. Anoche dormí en Cair Andros, la isla larga en el norte
del río, donde mantenemos una guarnición, y caballos en nuestra orilla. Cuando
vi cerrarse la oscuridad, comprendí que la premura era necesaria, y entonces
partí con otros tres hombres que disponían de caballos. El resto de mi compañía
lo envié al sur, a reforzar la guarnición de los vados del Osgiliath. Espero no