Page 81 - El Retorno del Rey
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canciones apropiadas para grandes palacios y para tiempos de infortunio, señor.
Rara vez nuestras canciones tratan de algo más terrible que el viento o la lluvia. Y
la mayor parte de mis canciones hablan de cosas que nos hacen reír: o de la
comida y la bebida, por supuesto.
—¿Y por qué esos cantos no serían apropiados para mis salones, o para
tiempos como éstos? Nosotros, que hemos vivido tantos años bajo la Sombra, ¿no
tenemos acaso el derecho de escuchar los ecos de un pueblo que no ha conocido
un castigo semejante? Quizá sintiéramos entonces que nuestra vigilia no ha sido
en vano, aun cuando nadie la haya agradecido.
A Pippin se le encogió el corazón. No le entusiasmaba la idea de tener que
cantar ante el Señor de Minas Tirith las canciones de la Comarca, y menos aún
las cómicas que conocía mejor; y además eran… bueno, demasiado rústicas
para ese momento. No se le ordenó que cantase. Denethor se volvió a Gandalf
haciéndole preguntas sobre los Rohirrim y la política del reino de Rohan, y sobre
la posición de Éomer, el sobrino del rey. A Pippin le maravilló que el Señor
pareciera saber tantas cosas acerca de un pueblo que vivía muy lejos, « aunque
hacía muchos años sin duda» pensó, « que Denethor no salía de las fronteras del
reino» .
Al cabo Denethor llamó a Pippin y le ordenó que se ausentase otra vez por
algún tiempo.
—Ve a la armería de la ciudadela —le dijo— y retira de allí la librea de la
Torre y los avíos necesarios. Estarán listos. Fueron encargados ayer. ¡Vuelve en
cuanto estés vestido!
Todo sucedió como Denethor había dicho, y pronto Pippin se vio ataviado con
extrañas vestimentas, de color negro y plata: un pequeño plaquín, de malla de
acero tal vez, pero negro como el azabache; y un yelmo de alta cimera, con
pequeñas alas de cuervo a cada lado y en el centro de la corona una estrella de
plata. Sobre la cota de malla llevaba una sobreveste corta, también negra pero
con la insignia del Árbol bordada en plata a la altura del pecho. Las ropas viejas
de Pippin fueron dobladas y guardadas: le permitieron conservar la capa gris de
Lorien, pero no usarla durante el servicio. Ahora sí que parecía, sin saberlo, la
viva imagen del Ernil i Pheriannath, el Príncipe de los Medianos, como la gente
había dado en llamarlo; pero se sentía incómodo, y la tiniebla empezaba a
pesarle.
Todo aquel día fue oscuro y tétrico. Desde el amanecer sin sol hasta la noche,
la sombra había ido aumentando, y los corazones de la ciudad estaban oprimidos.
Arriba, a lo lejos, una gran nube, llevada por un viento de guerra, flotaba
lentamente hacia el oeste desde la Tierra Tenebrosa, devorando la luz; pero abajo
el aire estaba inmóvil, sin un soplo, como si el Valle del Anduin esperase el
estallido de una tormenta devastadora.