Page 76 - El Retorno del Rey
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ese  es  el  camino  que  tomaré  ahora.  Hasta  allí,  Stybba  podrá  llevarte:  la  gran
      carrera sólo comenzará cuando lleguemos a las llanuras.
        Entonces Eowyn se levantó.
        —¡Venid conmigo, Meriadoc! —dijo—. Os mostraré lo que os he preparado.
      —Salieron juntos—. Sólo esto me pidió Aragorn —dijo mientras pasaban entre
      las  tiendas—:  que  os  proveyera  de  armas  para  la  batalla.  Y  yo  he  tratado  de
      atender a ese deseo lo mejor que he podido. Porque el corazón me dice que antes
      del fin las necesitaréis.
        Eowyn llevó a Merry a un cobertizo entre las tiendas de la guardia del rey, y
      allí un armero le trajo un casco pequeño, y un escudo redondo, y otras piezas.
        —No tenemos una cota de malla que os pueda venir bien —dijo Eowyn—, ni
      tampoco  para  forjar  un  plaquín  a  vuestra  medida;  pero  aquí  hay  también  un
      justillo de buen cuero, un cinturón y un puñal. En cuanto a la espada, ya la tenéis.
        Merry se inclinó, y la dama le mostró el escudo, que era semejante al que
      había recibido Gimli, y llevaba la insignia del caballo blanco.
        —Tomad todas estas cosas —prosiguió— ¡y conducidlas a un fin venturoso!
      Y  ahora,  ¡adiós,  señor  Meriadoc!  Aunque  quizás  alguna  vez  volvamos  a
      encontrarnos, vos y yo.
      Así,  en  medio  de  una  oscuridad  siempre  creciente,  el  Rey  de  la  Marca  se
      preparó para conducir a los jinetes por el camino del Este. Bajo la sombra, los
      corazones estaban oprimidos y muchos hombres parecían desanimados. Pero era
      un pueblo austero, leal a su señor, y se oyeron pocos llantos y murmullos, aun en
      el campamento del Baluarte, donde se alojaban los exiliados de Edoras, mujeres,
      niños  y  ancianos.  Un  destino  mortal  los  amenazaba,  y  ellos  lo  enfrentaban  en
      silencio.
        Dos horas pasaron veloces, y ya el rey estaba montado en el caballo blanco,
      que  resplandecía  en  la  oscuridad.  Alto  y  arrogante  parecía  el  rey,  aunque  los
      cabellos que le flotaban bajo el casco eran de nieve; y muchos lo contemplaban
      maravillados, y se animaban al verlo erguido e imperturbable.
        Allí en los extensos llanos que bordeaban el río tumultuoso estaban alineadas
      numerosas  compañías:  más  de  cinco  mil  quinientos  jinetes  armados  de  pies  a
      cabeza, y varios centenares de hombres con caballos de posta que cargaban un
      ligero equipaje. Sonó una sola trompeta. El rey alzó la mano, y el ejército de la
      Marca empezó a moverse en silencio. A la cabeza marchaban doce hombres del
      séquito personal del rey: Caballeros de renombre. Los seguía el rey con Éomer a
      la diestra. Le había dicho adiós a Eowyn en el Baluarte, y el recuerdo le pesaba;
      pero  ahora  observaba  con  atención  el  camino  que  se  extendía  delante  de  él.
      Detrás  iba  Merry  montado  en  Stybba,  con  los  mensajeros  de  Gondor,  y  por
      último,  en  la  retaguardia,  otros  doce  hombres  de  la  escolta  del  rey.  Pasaron
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