Page 74 - El Retorno del Rey
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desbaratarles los festejos a los orcos y a los endrinos en la Torre Blanca.
        —Al  menos  eso  haremos  —dijo  Théoden—.  Pero  yo  mismo  acabo  de
      regresar del campo de batalla, y de un largo viaje, y ahora quiero retirarme a
      descansar.  Pasa  la  noche  aquí.  Mañana  podrás  partir  más  tranquilo,  luego  de
      haber visto las tropas, y más rápido luego de haber descansado. Las decisiones es
      preferible tomarlas por la mañana; la noche cambia muchos pensamientos.
        Dicho esto, el rey se levantó, y todos lo imitaron.
        —Id ahora a descansar —dijo—, y dormid bien. A ti, maese Meriadoc, no te
      necesitaré más por esta noche. Pero mañana no bien salga el sol, tendrás que
      estar pronto, esperando mi llamada.
        —Estaré  pronto  —dijo  Merry—  aunque  lo  que  me  ordenéis  sea  que  os
      acompañe a los Senderos de los Muertos.
        —¡No  pronuncies  palabras  de  mal  augurio!  —dijo  el  rey—.  Pues  puede
      haber  otros  caminos  que  merezcan  llevar  ese  nombre.  Pero  no  dije  que  te
      ordenaría que cabalgaras conmigo por ningún camino. ¡Buenas noches!
        « ¡No me van a dejar aquí para venir a recogerme cuando regresen!»  se
      dijo Merry. « No me van a dejar, ¡no y no!»  Y mientras se repetía una y otra
      vez estas palabras, terminó por quedarse dormido en la tienda.
        Abrió los ojos, y un hombre lo estaba zamarreando para despertarlo.
        —¡Despierte, Señor Holbytla! —gritaba el hombre—. ¡Despierte!
        Merry dejó al fin el mundo de los sueños y se sentó de golpe, sobresaltado.
      « Todavía está demasiado oscuro» , pensó.
        —¿Qué sucede? —preguntó.
        —El rey lo llama.
        —Pero si aún no ha salido el sol —dijo Merry.
        —No, ni saldrá hoy, Señor Holbytla. Ni nunca más, se diría, de atrás de esa
      nube. Pero aunque el sol esté perdido, el tiempo no se detiene. ¡Dese prisa!
        Mientras se precipitaba a echarse encima algunas ropas, Merry miró fuera.
      La tierra estaba en tinieblas. El aire mismo tenía un color pardo, y alrededor todo
      era  negro  y  gris  y  sin  sombras;  había  una  gran  quietud.  Los  contornos  de  las
      nubes eran invisibles, y sólo en lontananza, en el oeste, entre los dedos distantes
      de la gran oscuridad que aún trepaba a tientas por la noche, se filtraban unos hilos
      luminosos. Una techumbre informe, espesa y sombría ocultaba el cielo, y la luz
      más parecía menguar que crecer.
        Merry  vio  un  gran  número  de  hombres  de  pie,  que  observaban  el  cielo  y
      murmuraban; todos los rostros eran grises y tristes, y en algunos había miedo.
      Con el corazón oprimido, se encaminó al pabellón del rey.
        Hirgon,  el  jinete  de  Gondor,  ya  estaba  allí,  en  compañía  de  otro  hombre
      parecido  a  él,  y  vestido  de  la  misma  manera,  pero  mucho  más  bajo  y
      corpulento. Cuando Merry entró, el hombre estaba hablando con Théoden.
        —Viene de Mordor, Señor —decía—. Comenzó anoche hacia el crepúsculo.
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