Page 72 - El Retorno del Rey
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» ¿Y cuándo llegará la hora? preguntó Baldor. Pero la respuesta no la supo
jamás. Porque el viejo murió en ese mismo instante y cayó de cara al suelo; y
nada más han sabido nuestras gentes de los antiguos habitantes de las montañas.
Es posible sin embargo que la hora anunciada haya llegado, y que Aragorn
pueda pasar.
—Pero ¿cómo sabría un hombre si ha llegado o no la hora, a menos que se
atreviese a cruzar la Puerta? preguntó Éomer. Y yo no iría por ese camino
aunque me acosaran todos los ejércitos de Mordor, y estuviera solo, y no viera
otro sitio donde refugiarme. ¡Qué desdicha que el desánimo de la muerte se haya
apoderado de un hombre tan valeroso en esta hora de necesidad! ¿Acaso no hay
males suficientes a nuestro alrededor, para tener que ir a buscarlos bajo tierra?
La guerra está al alcance de la mano.
Se interrumpió, pues en ese momento se oyó un ruido fuera, y la voz de un
hombre que gritaba el nombre de Théoden, y el quién vive del guardia.
Un momento después el Capitán de la Guardia entreabrió la cortina.
—Hay un hombre aquí, Señor —dijo, un mensajero de Gondor. Desea
presentarse ante vos inmediatamente.
—¡Hazlo pasar! —dijo Théoden.
Entró un hombre de elevada estatura, y Merry contuvo un grito, pues por un
instante le pareció que Boromir, resucitado, había vuelto a la tierra. Pero en
seguida vio que no era así; el hombre era un desconocido, aunque se parecía a
Boromir como un hermano, alto, arrogante y de ojos grises. Iba vestido a la
usanza de los caballeros con una capa de color verde oscuro sobre una fina cota
de malla; el yelmo que le cubría la cabeza tenía engastada en el frente una
pequeña estrella de plata. Llevaba en la mano una sola flecha, empenachada de
negro; la espiga era de acero, pero la punta estaba pintada de rojo.
Se hincó a media rodilla y le presentó la flecha a Théoden.
—¡Salve, Señor de los Rohirrim, amigo de Gondor! —dijo. Soy yo, Hirgon,
mensajero de Denethor, quien os trae este símbolo de guerra. Un grave peligro
se cierne sobre Gondor. Los Rohirrim nos han ayudado muchas veces, pero hoy
el Señor Denethor necesita de todas vuestras fuerzas y toda vuestra diligencia, si
es que se ha de evitar la pérdida de Gondor.
—¡La Flecha Roja! —dijo Théoden, sosteniendo la flecha en la mano, como
alguien que recibiera con temor un aviso largamente esperado. La mano le
temblaba—. ¡La Flecha Roja no se había visto en la Marca en todos mis años!
¿Es posible que las cosas hayan llegado a tal extremo? ¿Y en cuánto estima el
Señor Denethor lo que llama mis fuerzas y mi diligencia?
—Eso nadie lo sabe mejor que vos, Señor —dijo Hirgon—. Pero bien puede
ocurrir que antes de mucho Minas Tirith sea cercada, y a menos que vuestras
fuerzas os permitan desbaratar un sitio de varios ejércitos, el señor Denethor me
ha pedido que os diga que los valientes brazos de los Rohirrim estarán mejor