Page 84 - El Retorno del Rey
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los hombres. ¡Ay! Una de esas cosas inmundas se lanza sobre él. ¡Socorro!
¡Socorro! ¿Nadie acudirá en su auxilio? ¡Faramir!
Y Beregond echó a correr y desapareció en la oscuridad. Asustado y
avergonzado, mientras que Beregond de la Guardia pensaba ante todo en su
amado capitán, Pippin se levantó y miró fuera. En ese momento alcanzó a ver un
destello de nieve y de plata que venía del norte, como una estrella diminuta que
hubiese descendido a los campos sombríos. Avanzaba como una flecha y crecía
a medida que se acercaba a los cuatro hombres que huían hacia la Puerta.
Parecía esparcir una luz pálida, y Pippin tuvo la impresión de que la sombra
espesa retrocedía a su paso; entonces, cuando estuvo más cerca, creyó oír, como
un eco entre los muros, una voz poderosa que llamaba.
—¡Gandalf! gritó Pippin. ¡Gandalf! Siempre llega en el momento más
sombrío. ¡Adelante! ¡Adelante! ¡Caballero Blanco! ¡Gandalf! ¡Gandalf! gritó,
con la vehemencia del espectador de una gran carrera, como alentando a un
corredor que no necesita la ayuda de exhortaciones.
Mas ya las sombras aladas habían advertido la presencia del recién llegado.
Una de ellas voló en círculos hacia él, pero a Pippin le pareció ver que Gandalf
levantaba una mano y que de ella brotaba como un dardo un haz de luz blanca. El
Nazgûl dejó escapar un grito largo y doliente y se apartó; y los otros cuatro, tras
un instante de vacilación, se elevaron en espirales vertiginosas y desaparecieron
en el este, entre las nubes bajas; y por un momento los campos del Pelennor
parecieron menos oscuros.
Pippin observaba, y vio que los jinetes y el Caballero Blanco se reunían al fin,
y se detenían a esperar a los que iban a pie. Grupos de hombres les salían al
encuentro desde la ciudad; y pronto Pippin los perdió de vista bajo los muros
exteriores, y adivinó que estaban trasponiendo la puerta. Sospechando que
subirían inmediatamente a la Torre, y a ver al Senescal, corrió a la entrada de la
ciudadela. Allí se le unieron muchos otros que habían observado la carrera y el
rescate desde los muros.
Pronto en las calles que subían de los círculos exteriores se elevó un gran
clamor, y hubo muchos vítores, y por todas partes voceaban y aclamaban los
nombres de Faramir y Mithrandir. Pippin vio unas antorchas, y luego dos jinetes
que cabalgaban lentamente seguidos por una gran multitud: uno estaba vestido de
blanco, pero ya no resplandecía, pálido en el crepúsculo como si el fuego que
ardía en él se hubiese consumido o velado. El otro era sombrío y tenía la cabeza
gacha. Desmontaron y mientras los palafreneros se llevaban a Sombragris y al
otro caballo, avanzaron hacia el centinela de la puerta: Gandalf con paso firme,
el manto gris flotándole a la espalda y en los ojos un fuego todavía encendido; el
otro, vestido de verde, más lentamente, vacilando un poco como un hombre
herido o fatigado.
Pippin se adelantó entre el gentío, y en el momento en que los hombres