Page 90 - El Retorno del Rey
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enemigo se ha decidido al fin a declararnos la guerra, y que ha dado el primer
paso cuando Frodo aún estaba en libertad. De manera que por ahora, durante
muchos días, apuntará la mirada aquí y allá, siempre fuera de su propio
territorio. Y sin embargo, Pippin, siento desde lejos la prisa y el miedo que lo
dominan. Ha empezado mucho antes de lo previsto. Algo tiene que haberlo
impulsado a actuar en seguida.
Permaneció un momento pensativo.
—Quizá —murmuró—. Quizá también tu insensatez ayudó de algún modo.
Veamos: hace unos cinco días habrá descubierto que derrotamos a Saruman y
que nos apoderamos de la Piedra. Sí, pero entonces ¿qué? No podíamos utilizarla
para un fin preciso, ni sin que él lo supiera. ¡Ah! Podría ser. ¿Aragorn? Se le
acerca la hora. Y es fuerte, e inflexible por dentro, Pippin: temerario y resuelto,
capaz de tomar por sí mismo decisiones heroicas y de correr grandes riesgos, si
es necesario. Podría ser, sí. Quizás Aragorn haya utilizado la Piedra y se haya
mostrado al enemigo desafiándolo justamente con este propósito. ¡Quién sabe!
De todos modos no conoceremos la respuesta hasta que lleguen los Jinetes de
Rohan, siempre y cuando no lleguen demasiado tarde. Nos esperan días
infaustos. ¡A dormir, mientras sea posible!
—Pero… —dijo Pippin.
—¿Pero qué? —dijo Gandalf—. Esta noche te concedo un solo pero.
—Gollum —dijo Pippin—. ¿Cómo se entiende que estuvieran viajando con él,
y que hasta lo siguieran? Y me di cuenta de que a Faramir no le gustaba más que
a ti el lugar a donde los conducía. ¿Qué pasa?
—No puedo contestar a esa pregunta por el momento —dijo Gandalf—. Sin
embargo, mi corazón presentía que Frodo y Gollum se encontrarían antes del fin.
Para bien o para mal. Pero de Cirith Ungol no quiero hablar esta noche. Traición,
una traición, es lo que temo: una traición de esa criatura miserable. Pero así tenía
que ser. Recordemos que un traidor puede traicionarse a sí mismo y hacer
involuntariamente un bien. Ocurre a veces. ¡Buenas noches!
El día siguiente llegó con una mañana semejante a un crepúsculo pardo, y los
corazones de los hombres, reconfortados por el regreso de Faramir, se hundieron
otra vez en un profundo desaliento. Las Sombras aladas no volvieron a verse en
todo el día, pero de vez en cuando, alto sobre la ciudad, se oía un grito lejano, que
por un momento paralizaba de terror a muchos de los hombres; y los más
pusilánimes se estremecían y sollozaban.
Y ahora Faramir había vuelto a ausentarse.
—No le dan ningún sosiego —murmuraban algunos—. El Señor es demasiado
duro con su hijo, y ahora tiene que cumplir los deberes de dos, los suyos propios
y los del hermano que no volverá. —Y miraban sin cesar hacia el norte y