Page 92 - El Retorno del Rey
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—No sacrifiques tu vida ni por temeridad ni por amargura —le dijo—. Serás
necesario aquí, para cosas distintas de la guerra. Tu padre te ama, Faramir, y lo
recordará antes del fin. ¡Adiós!
Así pues el Señor Faramir había vuelto a marcharse, llevando consigo todos los
voluntarios que quisieron acompañarlo o de quienes se podía prescindir. Desde lo
alto de los muros algunos escudriñaban a través de la oscuridad la ciudad en
ruinas, y se preguntaban qué estaría aconteciendo allí, pues nada era visible. Y
otros, como siempre, oteaban el norte, y contaban las leguas que los separaban
de Théoden en Rohan.
—¿Vendrá? ¿Recordará nuestra antigua alianza? —decían.
—Sí, vendrá —decía Gandalf—, aunque llegue demasiado tarde. ¡Pero
reflexionad! En el mejor de los casos, la Flecha Roja no puede haberle llegado
hace más de dos días, y las leguas son largas desde Edoras.
Era nuevamente de noche cuando recibieron por fin otras noticias. Un
hombre llegó al galope desde los vados, diciendo que un ejército había salido de
Minas Morgul y que ya se acercaba a Osgiliath; y que se le habían unido
regimientos del Sur, los Haradrim, altos y crueles.
—Y nos hemos enterado —prosiguió el mensajero— de que el Capitán Negro
conduce una vez más las tropas, y de que el terror se extiende delante de él, y
que ya ha cruzado el río.
Con estas palabras de mal augurio concluyó el tercer día desde la llegada de
Pippin a Minas Tirith. Pocos se retiraron a descansar esa noche, pues ya nadie
esperaba que ni siquiera Faramir pudiese defender por mucho tiempo los vados.
Al día siguiente, aunque la Sombra había dejado de crecer, pesaba aún más
sobre los corazones de los hombres, y el miedo empezó a dominarlos. No
tardaron en llegar otras malas noticias. El cruce del Anduin estaba ahora en
poder del enemigo. Faramir se batía en retirada hacia los muros del Pelennor,
reuniendo a todos sus hombres en los Fuertes de la Explanada; pero el enemigo
era diez veces superior en número.
—Si acaso decide regresar a través del Pelennor, tendrá el enemigo pisándole
los talones —dijo el mensajero—. Han pagado caro el paso del río, pero menos
de lo que nosotros esperábamos. El plan estaba bien trazado. Ahora se ve que
desde hace mucho tiempo estaban construyendo en secreto flotillas de balsas y
lanchones al este de Osgiliath. Atravesaron el río como un enjambre de
escarabajos. Pero el que nos derrota es el Capitán Negro. Pocos se atreverán a
soportar y afrontar aun el mero rumor de que viene hacia aquí. Sus propios
hombres tiemblan ante él, y se matarían si él así lo ordenase.